lunes, 1 de marzo de 2010

UN ARMA EN SU MANO XXV


(...es continuación)

El caudal gris de ciegas horas se rompe por una ranura de luz.
Desperté desnudo y sin recuerdos.

Mi cuerpo estaba cubierto tan sólo por una bata de hospital, de esas que te dejan con el culo al aire. Mi memoria, vacía. Boca arriba, yerto de cuerpo y yermo de espíritu, respiré con la tripa. Tenía un ladrillo en el estómago y la lengua como lija del número tres.

El médico preguntó:
- ¿Cuál es su último recuerdo?

Contesto:
- No lo sé. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

El galeno insiste:
-¿Qué es lo último que usted recuerda?

Se estaba poniendo pesado. Respondí:
- Una casita muy chiquitita con muchas flores en el jardín.

El hombre de la bata blanca humaniza su rostro y dice:
- En ella vivía usted, supongo. ¿Dónde estaba esa casa?

Contesto:
- Que no doctor, que es la letra de una canción.

Este tío está casado con su opinión. Porfía:
- Usted tiene que recordar algo y es su deber ayudar a solucionar su caso.

Preferí no decirle al neurólogo que a mí me importaba un pito solucionar mi caso y decidí darle una pequeña sorpresa:
-¿Es usted un hombre de Mono?

Bostezo. Pido al hombre de las preguntas que me deje dormir un rato. Cierro los ojos y me hago un autodiagnóstico. Claro que tengo recuerdos. Lo que pasa es que son deseos y no sé si se cumplieron o no. Da igual. No pienso averiguarlo. Me acuerdo de ella. ¡Dios! Tacones, manos, medias. Su falda, sus zapatos, su blusa, su melena, su cuello con sus rizos. Me acuerdo de ella con el corazón, no con la memoria.

Un portazo impío me obliga a abrir los ojos . Es el director del manicomio. Me anuncia que en la caja fuerte de su despacho está depositado un convoluto con ochocientos billetes de los grandes. Míos son.

(continuará...)


Los lectores/as que gusten de empezar por el principio,
pueden acceder al capítulo I pinchando aquí.

2 comentarios:

Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!