miércoles, 26 de octubre de 2011

Tiempo de crisantemos (capítulo séptimo)



Cuando Mono se dignó posar sobre mí sus ojos de víbora con lentes, habló así:
-Dicen que tiene usted un encargo pendiente de ejecutar.

El ruso se había ido con el cuento a Mono. Estaba más claro que la sopa que nos daban de cenar en el correccional. Respondí en plan profesional:
-No veo razones para confiarle a usted cuestiones de mi trabajo.

Mono tragó bilis y trató de darme una lección de capitalismo aplicado:
-Escuche joven. Es usted un sujeto irascible y sin fundamento. Tiene usted menos fondos propios que un banco repleto de activos tóxicos. Me permito sugerirle que se matricule en un curso intensivo de control de ira. Estoy siendo paciente porque me conviene, pero todo tiene su límite, que en este caso está ya muy cercano. Présteme atención cinco minutos más. Y deje de gruñir como un rotweiler cabreado.

Mono tenía todo a su favor. Hasta es posible que llevara razón. Además de llevar tres ases de mano. Callé y atendí.

-Estos señores y yo mismo preferimos que acepte usted de buen grado que a nuestro trust interesa que se abstenga usted de ejecutar su mandato. La mujer de ese irlandés celoso y alcohólico es la consentida del alcalde de esta ciudad. Y el kártel desea que la mujer del pelo rojo no muera, al menos de momento. Así deben funcionar las cosas.



No me tocaba hablar. Mono tenía la banca y la pasta. Seguí mudo.

-No pase usted cuidado por sus honorarios. La corporación dobla la cifra que le ha ofrecido el marido burlado. Con la ventaja añadida de que nosotros pagamos por algo más sosegado. Si se queda tranquilo y no mata a nadie y se esfuma de la ciudad para siempre, el contable dará a usted quinientos de los grandes y aquí no se muere ni dios.



Yo me empezaba a sentir bien. Tranquilo y con buenas sensaciones. Dejé que Mono siguiera:

-Nuestro trust neutraliza al panoli de Sheridan con una simple llamada al fiscal del distrito. Dejando aparte la circunstancia, que no hace al caso, de que Rotko es de los nuestros, le susurramos un par de cosas y el irlandés queda aparcado a la sombra durante seis años de nada. Por artificios contables y una patosa ingenieria financiera. ¡No son formas de sanear un balance! Si tiene usted hijos, le aconsejo que no estudien en la misma escuela de negocios que ese católico irlandés.

Me cosquilleaba la duda de si Mono aludiría o no al eslabón entre la querida del alcalde y la benemérita corporación que me hacía una propuesta que no iba a poder resistir. En la duda, me callé como una puta.

-La pelizorra continúa pasándonos información privilegiada sobre las contratas de los servicios municipales de limpieza y sobre los concursos para la adjudicación de obras para los servicios sociales más importantes. Esa mujer es un topo con una notable capacidad para estimular nuestros ingresos. Nosotros repartimos equitativamente el queso, alcalde y fiscal incluídos, usted se prejubila al sol y el carahuevo de Sheridan a la trena. ¡Así funcionan las cosas!

Mono me pidió que cerrara la puerta por fuera. Entendí su insinuación. En la calle, la noche se movía.

( ilustraciones de George Grosz )
                                                                   

jueves, 20 de octubre de 2011

Tiempo de crisantemos (capítulo sexto)


Prefiero ser yo quien sacude primero. Si me atizan por sorpresa, me pongo el turbo y arreo dos veces. Es lo único que recuerdo de aquel colegio católico que sufrí durante todo un puto semestre, antes de que los curas me devolvieran a las garras de mi madrasta. El padre O'connor, encaramado en el púlpito, explicó en un sermón de domingo que también comete injusticia el que no hace nada, no sólo el que hace algo ¡Qué sabrán ellos!

Dejando los curas aparte, ahora se imponía anclar una la maraña de conjeturas que perjudicaban mis sesos. Una sola. ¿Ôsip estaba currando para mí y mi encargo o era un soplón del Mono? ¿Manía persecutoria? ¿Delirio de referencias? Me titiritaba el bolsillo, pero si había algo impepinable es que yo necesitaba un buen sirloin-steak sangrante y un buen polvo sin secuelas. En el restaurante Salerno's me fian y Kathy siempre está abierta a cualquier sugerencia.

Una vez cubiertas mis más primarias necesidades, me encaminé a al barbero Capullici. Yo había decidido correr más riesgos y visitar esa misma noche al puto Mono en su puta guarida.


Camino del antro del Mono, me detuve un par de veces. Una, para que me limpiaran los zapatos.  La segunda para observar al personal que deambulaba por la calle. Los únicos que miran con atención las cosas que ocurren en la rue son los polis y los delincuentes. Los demás pasean o van a trabajar.

En el despacho de Mono no había un puto cuadro en las paredes. Decía que el arte era cosa de maricones. Mono era un viejo duro y astuto. De esos que gastan careto de póker, aunque las cosas les vayan de cine. El muy baboso andaba siempre rodeado de mujeres guapas y de hombres feos. Decía que así nadie cometía errores. En medio de la mierda, conseguía que nunca le salpicara.


Los gorilas de Mono me cachearon con minuciosa parsimonia. Demasiada, para mi gusto. La oficina de Mono estaba llena de esos sujetos que mandan sobre los que mandan en la ciudad. Aquello parecía Wall Street un lunes por la mañana. Personas que fardaban de haberse hecho a sí mismas, pero que, enverdad, habían trepado a base de crueldad y de aprovecharse del sursuncorda. Gente de mala ralea, de los que matan por gusto y no por necesidad.

Mono escuchaba por radio un combate de boxeo de ese púgil al que los plumillas llamaban "la gran esperanza blanca". Me mantuve de pié y sin probar ni gota de alcohol. Es cierto ni dios me ofreció silla o trago. Así se comporta la gente principal. Te hacen sentir como perro alforjero.

El odio se mascaba en aquel cubil. Esa clase de odio que cabrea. Y que me pone en guardia.

( ilustraciones George Grosz)

domingo, 16 de octubre de 2011

Tiempo de crisantemos (capítulo quinto)



Amo los días de
noviembre: vino nuevo y crisantemos...
(Antonio Carvajal)


Me levanto de la piltra con la osamenta más dolorida que un saco de boxeo de un gimnasio de tres al cuarto. Abro el "frigidaire" y me sacude una peste agria. El brik de zumo está más caducado que  mi licencia de armas de detective de tercera. Nada. Ni leche, ni bacón, ni huevos. Nada con fe de vida. Nada que no tenga una costra de moho color verde-moqueta de casa de putas. Le pego un mordisco a un manojo de apio viudo. Supongo que las píldoras de cafinitrina no sirven como desayuno.

El agua de la ducha sale fría y de color tierra. La profesión de rastreador y trampero de adúlteras no da ni para agua caliente. En cambio las starlets bien que se lavan sus bajos tantas veces cuantas les sale de ahí mismo ¡Joder! ya sé que la justicia no es cosa de este mundo, pero…¡diantres, a veces duelen las comparaciones!

Me largo a mi bar a desayunar un par de bull-shots bien cargados de vodka, con un puñado de cacahuetes revenidos y salados como algas plateadas por el sol. Ôsip no estaba. No quise preguntar. Igual andaba arreglando los papeles de su jubilación o bien se había abierto para chivarse al Mono. Un puto detective privado de mierda debe saber barajar un abanico de posibilidades. Sobre todo para tratar de sobrevivir a todas ellas. Aunque jamás sea para mejorar.



Decreté tomarme el día libre aunque, fuera a beneficio de inventario. Agarré el tranvía, camino del zoo, para ver mis semejantes y otros animales, en tanto se aclaraba mi panorama color de hormiga. Las cotorritas y yo nos jamamos una hermosa bolsa de palomitas con ketchup. El ardor de estómago no tiene que ver con la comida ni con la bebida, que lo da la mala leche que uno va criando. Y se alivia con un buen trago de jarabe de Maalox.

Me sueno los mocos con mi pañuelo de dudosa reputación, con la mala estrella de que se me pega al paladar un pelo del vello púbico de la pelirroja. Con el centavo que me quedaba levanté la tapa de mi reloj y ahí fue que guardé el fetiche. Nunca enteraré de por qué me traicionó esa gachí, cuando estábamos a punto de lograr lo más difícil: pasar el purgatorio en este perro mundo.

Hacía mucho tiempo que, en una noche aciaga y en un honky-tong conocido como Club Le Citizen, me presentaron al Mono y me dio por hacerme el gallo:

-Siento haberte conocido, le dije.
-Aún no, amigo, aún no lo lamentas, me dijo el temido Mono.

 No soy de los que se arrugan. En condiciones normales, claro. Pero la sospecha de que Ôsip se había entregado a la merced y servicio del Mono me encogía el ombligo.

jueves, 13 de octubre de 2011

Tiempo de crisantemos (capítulo cuarto)


( foto Saul Leiter )

Ôsip levantó su mirada de la impoluta copa de cristal para martinis y preguntó con su acento de ruso blanco y mirada turbia:

-¿Apuestas amañadas, zorras de alto standing o licencias municipales?

Mi barman de cámara es todo un clásico. Me tocaba especificar un poco mi propuesta de negocio:

-No. Tales asuntos dan pasta a largo plazo. Mi oferta es para un trabajillo rápido y bien remunerado. En una semana tendrás más liquidez que el tío Gilito. Te jubilarás si te peta y harás que te sirvan las copas a ti ¡que ya va siendo hora!

Ôsip no chocó sus cinco conmigo. Tenía que hacerme otra observación bastarda:

-Me muero por conocer a la mujer que le ha dejado tan jodidamente hecho cisco. 

( ilustración George Grosz )

Me revuelve las tripas explicar lo que no se debe contar. Es como soltar un nombre que uno no debe pronunciar. Es como empeñarse en asir la transparencia del aire:

-Estás hoy especialmente espeso. Te daré un revólver de verdad, con balas de verdad, para que despaches de un solo tiro de verdad a una mujer de verdad.

Una vuelta de paño más y la copa se esfumaría entre el humo del local. Ôsip quería más datos y yo no podía escupir ni medio más. Susurré:

-Como se te ocurra mirarla a los ojos mientras la liquidas te meto un paraguas por el culo y luego lo abro. Te limitas a matarla y punto.

Me encontraba abatido, cansado y viejo. Sí, empezaba a sentirme viejo. Uno no pretende ya ser la hostia de feliz, me basta con estar tranquilo. Hace años yo creía que el cielo era azul, que el agua mojaba, que el fuego quemaba, y que las mujeres tenían secretos. Hoy sólo me trago lo último. ¡Qué razón tenía el rejodido de Michael Corleone cuando dijo aquello de que, "si algo nos ha enseñado la historia es que se puede matar a cualquiera"!

Camino de mi cuchitril mi única esperanza contra el viento gélido de aquella puta noche sin firmamento era pensar en mi bolsa de agua caliente. Al fin y a la postre da igual vivir mucho o poco tiempo. ¡Siempre vivirá más una estúpida tortuga!

martes, 4 de octubre de 2011

Tiempo de crisantemos ( capítulo tercero )



La acción apestaba a película de la serie B, pero con un ritmo más lento que un film de Rohmer.

¡Se veía crecer la hierba! Y yo que no me aguantaba las ganas de echarme al coleto un Turkey con dos piedras de hielo…¡y un Chester sin filtro en un par de caladas!

Cuando no hay acción, suelo recurrir a tirar una piedra al tigre:
-Si vas a matar a una persona, no puedes dejar que nada te distraiga, so mamón, escupí al caraviruela.

El comemierda me miró como las vacas al tren, momento que aproveché para
marcarme un farol de los de antes de la guerra:
-Sin que sirva de precedente, tengo una idea. Escúchame: ¿por qué no nos largamos tú y yo y nos cargamos a otra persona? ¡A tu mujer, por poner un ejemplo!

El cornudo maqueado con un traje de mil pavos se rascó la entrepierna y cantó la Traviata:
-Trato hecho. Toma mi revólver. Te espero en un par de semanas en Atlantic City. En la mesa trece del blackjack del casino de mi hotel, el de siempre.




Salí por patas con su blackjack del 38. En esta puta vida hay que ser flexible y no casarse uno ni con su propia opinión. Hubiera sido mejor no haber conocido a la pelirroja pecosa, pero sienta bien estar vivo y con un bourbon en la mano.

Me acodo en la barra de mi bar favorito, me agarro con ansia a mi vaso de bourbon y le pego más caladas a mi cigarrillo que niño de pecho a teta materna. Un barman que merezca la pena tiene que ser circunspecto, estar alerta, ceremonioso sin ser pelota, adusto pero también amable y... tener algo turbio en la mirada. Ôsip, el hombre que me pone las copas, es ruso y circunspecto, ceremonioso, turbio y adusto y todo eso pero elevado al cubo. Inquiere:

-¿Mal día?

Ôsip es el único ser vivo que me puede preguntar algo así. Tan jodidamente obvio.
-No peor que todos los transcurridos desde que desembarqué en Normandía.

Ôsip secaba una copa de martini como un cura a su patena. El hombre del bar sabía que su preguntita no había sido una buena pregunta y pasó a un asunto fáctico:

-Su secretaria ha dejado este sobre para usted.

Dentro había una citación de la corte de justicia para comparecer en la vista oral del puto pleito que mi ex me tiene puesto por impago de su puta pensión por alimentos. Despacho el whiskey, pido otro doble, y propongo a Ôsip:

-¿Quieres convertirte en cómplice mío? Asunto rentable.

(las ilustraciones son de George Grosz)