( foto tomada por el autor )
( capítulo decimoquinto y final )
Yo participé en la fundación de la revista “Cuadernos para el diálogo”. Me gasté las veinticinco mil pesetas que tenía en una libreta de ahorro abierta en la Agencia Urbana nº 1 del Banco de Santander, en Claudio Coello esquina Goya. Guardo las acciones como recuerdo, pues aquella aventura se fue a pique, justamente una vez que nuestro sistema democrático estuvo implantado. Fue una bella contienda, mientras duró.
Ahora sé que la democracia cristiana es retrógrada. Pero aquel grupo no lo era. Quería un régimen de libertades para España. Y sabíamos que el catolicismo oficial de la Iglesia jerárquica estaba sosteniendo a la ideología reaccionaria dominante. La oposición a Franco tuvo cuatro frentes: los estudiantes universitarios(a partir del año 56), los intelectuales (pocos y mal avenidos), la organización llamada Comisiones Obreras y unos cuantos curas sueltos.
Ada y yo dejamos de vernos y de saber uno del otro durante largos años. Ella se fue a América y otros continentes y yo a mi mundo de ficción. He escogido una vida de transgresiones moderadas, de emociones medidas y necesidades controladas. No siempre lo consigo pero... “estoy en ello”. Nunca dejé de pensar en ella un solo día. Tal y como el “Ciudadano Kane” respecto de una chica que, un día cualquiera, vio fugazmente pasar en un tranvía.
Ahora es tarde para todo porque no queda tiempo para nada. Ni siquiera para seguir con esta historia, que empezó en primavera y me deja un regusto a grosellas y hongos de otoño.
La dulce tarde ha llegado a su fin. La aurora aclara el segundo día de mi otoño. Ninguna primavea, ningún otoño remedian nada. Ada ha vuelto al jardín de los dioses que nunca dejó del todo, pues apenas se mezcló con nosotros, los mortales. Desde que se fue no quedan flores en la tierra. Todas están junto a Ada, que regresó al origen.
Noto que la edad apresura mis gustos y mis disgustos. Me queda menos tiempo de tener paciencia, y las personas, la mayoría, no me procuran materia de esperanza. Me refugio en mi escritura, que busca exactitud y economía. Pocas palabras para pocos lectores. Se precisan pacientes lectores que lean con sosiego.
Con la calma que yo perdí, rota en pedacitos, el día en que Ada me llamó desde la isla de La Reunión. En aquel entonces Ada era conservadora jefe de un enorme parque natural. Llamaba para invitarme a conocer su paraíso perdido y, de camino, para que asistiera a su boda, allí mismito, con mi rival francés.
Entre ruidos e interferencias grité a Ada: «recuerda que nunca es necesario decir que sí». Añadí: «¿y yo»? Ada respondió: «ya eres mayorcito y sabrás arreglártelas».
Ada había inventado un sistema para crear una capa de estructura vegetal encima de la tierra que está debajo del bosque. Se siembra soja que no se recoge y se deja pudrir. El invento ahorra plagas y el petróleo que mueve la maquinaria pesada. Luego la selva crece sin hongos ni otras calamidades, sobre la capa de las matas de soja podridas.
Resulta que mi vida había permanecido en el filo de una navaja biotecnológica. Y que había caído del lado tonto. Comprendí que los malos tiempos no habían hecho más que empezar.
FIN
Tu étais trop jolie, trop jolie
Mon amour
Ton rire était trop frais
Et ton corps trop parfait
Tu aimais tant la vie, tant la vie…
... Tu étais trop jolie pour moi mon amour
Tu étais trop jolie, trop jolie
Mon amour
Tu étais une enfant
Vivant intensément
Moi je n’ai pas compris, pas compris…
… Tu étais trop jolie pour vivre mon amour (Aznavour 1959)