jueves, 16 de febrero de 2012

Colección de poemas de Manuel María Torres Rojas




(Facsímil del libro de poemas Terca luz)


Hoy nace un librito que contiene poesías escogidas de entre las escritas por mí en los últimos tiempos. Transcribo aquí la reseña editorial, gentilmente preparada por Clara, impulsora y directora de tan primorosa edición. Grato ánimo para ella.



"TERCA LUZ”, nuevo libro de versos de Manuel María Torres Rojas, se nutre de toda la materia propia de su personal universo, que recrea una y otra vez en sus escritos: la memoria, permanente autobiografía soñada y novelada, relatada “breve, corto y por derecho”, como gusta definir su escritura al propio autor.

Ya sea a través de los relatos de sus primeras publicaciones, como en “Los huesitos de mis ronquidos”, o en sus diarias entregas en cualquiera de sus cinco blogs, Manuel María escribe acerca de las cosas más comunes, o más  extraordinarias, de una manera suelta y libre, a modo de cuadernos de diario, donde cualquier acontecer agranda su mirada y le sirve de motivo para empuñar la pluma.

Este poemario es cosa bien distinta, porque es un paso más. A sus lectores no sorprenderá encontrar en sus versos vagos ecos de Garcilaso, Góngora y Lope y, sobre todo, de la música de Juan Ramón Jiménez.

Descubrimos a un Manuel María volcado en sus versos íntegra y apasionadamente, dejándose ir con un verbo cálido y entregado, intimista, desnudo; allá donde su escritura alcanza su más honda y sincera expresión, en su búsqueda de lo más humano de todo lo humano.

“Antes de sentarme a escribir, me invade la idea de cautivar y llegar al corazón de los demás”, dice de sí mismo el poeta. Y es en este “Terca Luz” donde más plenamente lo consigue, dejándonos poemas arraigados en su vida: los sentidos, el recuerdo, la infancia perdida y siempre añorada, en el amor siempre, más que en lecturas o construcciones intelectuales. 

Es este un libro de madurez, corolario de su producción poética, que alcanza su más alta emoción cuando habla del amor, ya sea en forma de pasión atormentada, anhelo insatisfecho o espejismo romántico: experiencia amorosa nunca culminada; llama, herida, ideal de Mujer, en perfecta e imposible armonía de forma y fondo."

viernes, 10 de febrero de 2012

Las cualidades del escritor


Manos de Gabriel García Márquez (foto Kim Manresa) 

¿Qué se necesita para escribir? 

¿inspiración o talento? 

William Faulkner aclararía la cuestión diciendo que el escritor sólo necesita tres cosas: "Experiencia, observación e imaginación".

¿Qué opinan mis improbables lectoras/es?

lunes, 6 de febrero de 2012

Cruel confidencia de mujer II



(foto El País)

(...es continuación)


El problema del pijama era más fácil de solucionar que el del peso del recuerdo de su olor de hembra. ¿Por qué me conmueven tantísimo las mujeres fatalmente pelirrojas?

Un billete de cincuenta euros convenció al hombre de la conserjería de que el guión exigía una llamada suya a la habitación de la infiel mujer de la mata de pelo rojo para pedir, en nombre mío, que hiciera al pronto mi equipaje.

Con otros veinte machacantes más, un mozo transportó mis maletas de la 425 a la 201. En plantas distintas y en alas opuestas. Distancia de seguridad.

En el minibar de mi nuevo cuarto no había ni vodka ni hielo. Opté por beber a morro dos botellines de Beefeater. Me tragué una píldora sedante, lavé mi cara y dientes y soñé con mi patio y mi aljibe y con las trenzas de mi primer amor, que fue el que sentí hacia una niña rubia trigo.

¿Siempre caeré en los mismos errores? ¿Es que no he de cansarme de desear la fruta del cercado ajeno? ¡Qué ciudad más puta y fría es Venezia!

Me despierto en un puro sobresalto. Las pesadillas me hacían gritar.

El estómago me dice que el momento más duro de mi vida no ha llegado aún. Que llegará cuando el deseo se agote y no me queden ganas de zascandilear.

Desayuno un bull shot bien cargado de vodka. Me confortaba la idea de que hay diosas con tan buenas tragaderas que son capaces de dártelas con un tipejo que sólo sirve para ir a la oficina y al retrete ¡Con su pan se lo coman!

¿Qué he de hacer con la tunanta de la habitación 425? Si me tropiezo con ella en medio de un pasillo del hotel, ¿temblará la firmeza de mi decisión? No me será fácil desapegarme de esa pelirroja para siempre jamás amén. No parece, no.



De la carpetilla de mi cuarto viudo de amor, saco una cuartilla con el membrete del “Hotel de La Fenice y Des Artistes”, San Marco, Campiello della Fenice 1936, y escribo: “Fuiste desleal a tu conciencia al no apostar, tan solo, por el amor que yo te entregaba…”

Ya se sabe que la mejor manera de olvidar a una mujer es hacer literatura con ella. Me suena a Henry Miller.

El resto de mi carta a la infiel eran prosaicas instrucciones sobre el acquataxi que la depositaría en el aeropuerto Marco Polo aquella misma tarde y sobre el número de su vuelo para Madrid. La pasta, como siempre, corría de mi cuenta.

viernes, 3 de febrero de 2012

Cruel confidencia de mujer



(foto del autor)

Durante la cena, a medida en que la noche se cerraba, la dolorosa confidencia de aquella mujer con roja mata de pelo rojo se iba transformando en cruel descripción, con pelos y señales, de su infidelidad para conmigo.

Y conste que, de ellas, mutables cual plumas al viento, mi razón no aguardaba sino unas migajas de calor. Apenas.

A pesar de mi convicción intelectual, jamás me había sido dado imaginar que la hiel de su confesión fuera tan amarga y tan honda la daga que me rasgó en dos. En aquella cena en el Harr'ys Bar de Firenze, o quizás en la postrera en la trattoria Da Ernesto en Venezia, la diosa de la roja mata de pelo rojo, en el fragor del champagne Taittinger, me invitó a contemplar en su teléfono de bolsillo una foto de su amante ultramarino.

Airado, rehusé su ponzoña y salí a la puta calle a llorar un cigarrillo.

En el camino de vuelta al hotel, ambos en marmóreo y civilizado silencio, se me hizo evidente la imposibilidad de pasar con ella aquella noche.

Necesitaba estar a solas con mi cabreo. Sentía repulsión hacia ella y su cruel y estúpida confesión. Paré un acqua-taxi y pedí a su conductor que acercara a aquella mujer, de pronto tan ajena a mí, a nuestro hotel, contiguo a La Fenice.


(foto del autor) 

Liberado de su insoportable presencia de mujer, me metí en el lounge bar del edificio Mondadori. Dos vodkas después, la cosa estaba clara.

De regreso al hotel, en recepción pedí otra habitación, lo más alejada posible de aquella que habíamos compartido cuatro noches, con sus madrugadas, sus desayunos y sus apasionadas siestas.

Me resulta imposible dormir sin pijama y con recuerdos.

( continuará... )