lunes, 15 de marzo de 2010

UN ARMA EN SU MANO XXVIII

(es continuación...)
Texto de Cecilia Faber-Castell

Cogí los ochocientos pavos y salí corriendo de aquella jaula de grillos.
Me entran náuseas, como siempre que debo decidir entre dos malas opciones, en esas jodidas encrucijadas en que sabes que, hagas lo que hagas, la pifiarás, y no por ello dejas de escoger. Puta vida…

Vierto agua caliente sobre el té verde de Longjing, cumpliendo el ritual que Lieng Tzu me enseñó cuando compartíamos celda, y un color amarillo cálido comienza a contagiar la porcelana de celadón.

“La vida tiene su destino, en cambio la fortuna depende de la providencia”, así hablaba Lieng Tzu tumbado en el catre de la celda, mientras hacía girar la tetera en sentido inverso a las agujas del reloj, vertiendo el precioso líquido sobre el cuenco. Viendo sus manos acariciar delicadamente la porcelana, nadie diría que era uno de los más antiguos y eficaces jefes de la mafia china, que continuaba dirigiendo desde el penal.

Suave y gentil, así es el Longjing y así era ella en aquellos días en que no salíamos de la cama más que para abastecernos en la cocina de té, galletas, naranjas, o cualquier cosa que nos diera fuerzas para llegar a la siguiente madrugada. De buena mañana ella se marchaba al encuentro del cornudo de su marido.

No me molestan especialmente los imbéciles. Si no fuera por ellos no apreciaríamos en su justa medida a los que no lo son. Imbécil y corrupto, combinación frecuente entre políticos engañanecios.

Los lectores/as que gusten de empezar por el principio, pueden acceder al capítulo I pinchando aquí:
 http://manuelmariatorresrojas.blogspot.com/2010/01/un-arma-en-su-mano.html                                                                                               (continuará...)

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