lunes, 31 de mayo de 2010

CAPÍTULO VII



( séptimo capítulo )

Los sábados mi padre acompañaba en el coche grande y negro al dueño de la dehesa a depositar en un banco en Cartagena toda la recaudación de la semana, que don Antonio obtenía como corresponsal de los bancos en San Pedro del Pinatar. En aquella época los bancos no tenían sucursales en buena parte de los pueblos y apoderaban al cacique o al rico de la zona , que venían a ser la misma persona, para el cobro de las letras de cambio aceptadas por los lugareños. Ello dejaba una buena comisión y requería honestidad y pulcritud en el manejo de los fondos.



En la guantera del coche vi una vez una pistola que seguramente jamás fue utilizada ni siquiera para practicar el tiro. En aquella España privada de libertades, la profesión de atracador debía ser muy poco atractiva. En los años 50 se cometió un atraco muy sonado contra la joyería Aldao, en la Gran Vía de Madrid. La cosa debía ser tan poco frecuente que enseguida se cantó una coplilla cuyo estribillo decía “Aldao, Aldao las joyas te han robao”.


Mi padre aprovechaba el viaje sabatino para firmar los papeles propios de su cargo en la Administración pública, que un policía le acercaba desde Madrid bien a Cartagena, bien a la estación-apeadero de Balsicas.


En las dunas de la playa grande, mi yo femenino esperaba que ocurriera algo. Pero nunca pasaba algo. Sólo nada.

domingo, 30 de mayo de 2010

TERCA LUZ



Hoy, fiesta de guardar, me permito invitarme a mí mismo a
Casa de Citas, mayormente para no abusar de mis improbables lectores.
Para más INRI, se trata de una poesía de mi cosecha lírica.
¡Ustedes perdonen!

De la terca luz su postrer fulgor reúno,
cautiva y descompuesta en oros y malvas y esmeraldas
vela mi ánima de ambarinos linos.

Tal vez fuera piadoso luz se recogiera
en un solo haz de domésticas volutas, polvo de libros,
y así el niño que queda apenas tuviera otra encomienda
que limpiar las celdillas de la memoria…

Mas... ¡qué va!... la impía luminiscencia no ceja
y derriba el nido de mi cama

Quiebra el rayo por el cristal herido
y rompe en topacios y opalinas y cárdenas turmalinas
que a danzar invitan al hombre antiguo y a la mujer nueva.
Bailamos tres, el hombre solo,
la mujer que llega y el eterno niño.

Peces fusiformes chocan, mecánicos,
sus bocas en minerales besos de estéril cortejo,
mil cristales bermellones revientan
las paredes cotidianas de mi egocéntrica guarida.

¡Inclemente luz que a su albedrío administra las sombras!

Tarde quita claridad y el ocaso abate ecos de colores
y gemas presas en los vitrales de mi caleidoscopio.

Hombre, mujer y niño lamentan la noche.

viernes, 28 de mayo de 2010

AL VIEJO ESTILO VI


( SEXTO CAPÍTULO )


La única mujer que hacía lo mismo que los hombres era la Maura. También reía y fumaba como ellos. Ni mi madre, ni doña Encarnita, la señora y dueña de la dehesa, ni Marisa, su señorita de compañía, se mezclaban con los caballeros salvo en las comidas y en las misas.

El entorno femenino se completaba con las guardesas. La hija de los que cuidaban la Casona se llamaba Pilar Treviño y era muy simpática y guapa. Candelaria se ocupaba de la casita de la playa. Tenía dos o tres hijos rubios y descalzos.

Pepe, el de la tartana, cantaba muy bien flamenco. Creo que de él me viene la afición que aún conservo por el cante. Pepe Pinto, Juanito Valderrama, Manolo Caracol, Antonio Molina, Carmen Morell y Pepe Blanco, estaban de moda entonces, cuando Manolete murió en Linares, cornada que cogió a mi familia en Campoamor. Yo no tengo memoria de estar en este mundo cuando acaeció aquel duelo nacional. Igual que a la llegada a Barajas de Jorge Negrete, prototipo de macho mexicano que revolucionó mucho al personal femenino de la pacata España.

A propósito de la tartana diré que aún me persigue una leyenda familiar que atribuye a mi descuido la caída desde el carruaje de mi hermano pequeño, entonces de pocos meses de edad. Yo recuerdo que fué en la cuesta de los pinos, pero no estoy seguro de ser yo quien llevara en brazos a mi hermanillo. Sea como fuere, el porrazo no tuvo consecuencias y Valeriano mide ahora casi dos metros, el angelito.

Uno de los aviadores que jugaba al póquer, llamado, si mal no me equivoco, “la pava”, alguna mañana de playa nos entretuvo con su avioneta de entrenamiento pegándonos pasadas en vuelo invertido. La cabeza del “jodío” piloto pasaba casi rozando, lo prometo, los cables del teléfono o del telégrafo, que no sé de qué eran, porque me parece que, en los primeros años de nuestros veraneos mediterráneos, no había teléfono en la finca. Por cierto que, una vez, un zagal llevó un recado al patrón de la finca, creo que de parte de la fábrica de chocolates Tárraga. La partida de dominó estaba caliente y el recadero no recibió propina. Entonces el chavea va y dice “don Antonio, y si me preguntan cuánto me ha dado usted de propina ¿qué les digo yo?”.

miércoles, 26 de mayo de 2010

AL VIEJO ESTILO V


( capítulo quinto )

Las personas mayores jugaban después de comer al dominó, a la sombra de un tejado de brezo, que cubría un jardín redondo en cuyo centro había una fuente con un surtidor y unos peces transparentes que se decía servían para comerse las larvas de los mosquitos. El jardín se llamaba “Corea”, supongo que por aquella lejana guerra o por la forma del techado. No creo que nuestros grillos fueran a la zaga de los coreanos en lo que a estruendo nocturno se refiere.


Por la noche los mayores jugaban al póquer y se llegaban a juntar 10 ó 12 grandes coches, Packard, Chrysler, Pontiac o Citroën 15 ligeros. El más pequeño era el Fiat Balilla de don Vicente, capitán retirado de la marina mercante casado con doña Herminia. No tenían hijos y eran parientes pobres de los amos de la dehesa. El Balilla era de dos plazas bajo la capota, más otros dos asientos que se descubrían en la parte posterior, donde hoy los coches llevan el maletero. Me gustaba ir atrás, cara al viento, tragando el polvo de los caminos sin asfaltar y mirando los taludes de tierras amarillas como el asperón.

A las interminables partidas de póquer se apuntaban algunos aviadores de la Academia General de San Javier, además de Ernesto, que era el administrador de la finca y el matrimonio Maura, Juan y Menchu. Él era gerente de la Unión Salinera Española y mi padre llamaba a Menchu Maura “la leona de Castilla”.


El mundo de los adultos me parecía perfecto. ¿Qué más se podía pedir a la vida que levantarse tarde, comer con gusto y sabiduría levantina, hacer sobremesa jugando al dominó, dormir larga siesta, cenar con amigos alegres y charlatanes, y luego jugar al póquer hasta la madrugada? Y ello por no hablar de los habanos, o del whisky legítimo, en un país en el que no había de nada o era ilegítimo.

lunes, 24 de mayo de 2010

AL VIEJO ESTILO IV


( capítulo cuarto )
Tan lejos quedaba el pueblo más cercano, que cada semana había de pasar por las casas de la dehesa una galera grande llena de telas, puntillas de encaje, jabones y productos de olor. No existían las cremas de protección solar. La Nivea ayudaba a freírnos al sol, quemaduras que se aliviaban por la noche con paños mojados en vinagre. El comerciante que llevaba el carruaje, tirado por dos mulas enjaezadas, era conocido como“El Corsario”y, hecho el trato, nos regalaba caramelos caseros con sus manos de corsario levantino.

Conocíamos el valor de las cosas y la lógica de heredar camisas o abrigos de los hermanos mayores. Para sacar o meter pinzas o dobladillos, poner o quitar hombreras, o dar la vuelta a chaquetas o saharianas estaban las modistas que iban a coser a las casas en las máquinas Singer de pedales. Guadalupe se llamaba la nuestra de Madrid. Llevaba el pelo acardenalado en permanente achicharrada y tenía un novio torero o casi.

En las fiestas mayores y en algunas menores, en la casa de los peones camineros los labradores y tractoristas aradores hacían un baile, con laúdes y bandurrias. El aparcero que mejor tocaba la mandolina, a púa, se llamaba Tomás “El de la Alfalfa". Las mozas le festejaban y le buscaban las vueltas, de galán que era. Hice buenas migas con él, y al caer la tarde me dejaba acompañarle a segar con hoz alfalfa para echarla de comer a los conejos, que bien que servían para el arroz cuando no era temporada de caza.

Bien mirado, me parece que en aquella bendita dehesa las vedas no se respetaban escrupulosamente y las parejas de la Guardia Civil que hacían sus rondas a pie eran tratadas con gran consideración. Más de una vez les vi recibir un par de cartones de Chesterfield de contrabando,traído por los barcos extranjeros que venían a cargar a las salinas de San Pedro del Pinatar o a las de Torrevieja. También circulaba el Pall-Mall largo y sin filtro, así como el rubio inglés de Virginia que decían Navy Cut. Éste último fue causa próxima de mi primer y no grato encuentro con el cigarrillo.

( Zacarías Cerezo, acuarela de las salinas de San Pedro del Pinatar )

sábado, 22 de mayo de 2010

AL VIEJO ESTILO III



 ( capítulo tercero )

El monte bajo estaba lleno de caza menor y la sala de trofeos de la Casona colmada de cuernas de venado y colmillos de jabalíes. Caza mayor nunca vi, entiendo que por exterminada. Sí me topé, mil veces, con liebres, conejos libres de mixomatosis, tejones, lirones y ginetas. La rapacidad de los zorros obligaba a cuidar muy mucho del estado de las vallas y cercas de los corrales de gallinas, pavos y patos y de las cochiqueras de los cerdos. En las cocheras para las galeras y tartanas colgaban jaulas con hurones presos de angustia, que se empleaban para cazar conejos dentro de sus madrigueras Otros jaulones guardaban presas perdices para cazar al reclamo.

Las salamanquesas de las paredes, los lagartos de las peñas y los alacranes que salían a la luz cuando los tractores preparaban los barbechos eran víctimas de mi curiosidad de aprendiz de naturalista, que demandaba escudriñar los ejemplares de bichos que iba metiendo en los tubos de cristal que quedaban vacíos de aspirinas o tabletas okal. A la noche, las salamanquesas eran verdaderas artistas comiendo los mosquitos que acudían a las escasas luces que arrojaban bombillas de 40 vatios.

En jornada de caza un cazador urbano y novato pegó un tiro involuntario a un hermoso perro perdiguero y vi llorar a su amo. Yo lloré como una Magdalena, pero nadie me lo notó, que ya me cuidé muy mucho de esconderme. Unos invitados llevaron un caniche que bebía café con leche.

Mi otro afán naturalista, nunca satisfecho, me empujaba a intentar reproducir en casa los acuarios que el mar formaba al retirarse de las rocas que separaban la pequeña ensenada de la gran playa de arenales en dunas. Me empecinaba en esperar a que la ola marchase para correr, costaladas de por medio a causa del verdín de las algas, a observar el pequeño y perfecto mundo de algas, pececitos, cangrejos y caracolillos de mar que se me ofrecía, hasta la siguiente ola, en los huecos trepanados en las peñas volcánicas.

domingo, 16 de mayo de 2010

AL VIEJO ESTILO II



( capítulo segundo )

Aquellos calurosos y asilvestrados veranos de mil leguas imprimían carácter. La luz de Levante y la cálida naturaleza de una finca de monte bajo mediterráneo, con sus bancales de labor, invitaban a vivir a la pata la llana. Sin más contacto con el mundo de afuera que los viejos aparatos de radio que sólo recibían, y eso por la noche, emisoras árabes del otro lado del Mediterráneo y, nunca supe por qué, Radio Andorra. Una voz puntiaguda de una chica cantaba “aquí Radio Andorra, emisora del Principado de Andorra”. Yo me sentía bienaventurado y en mi elemento. Había caído de pié en una especie de rústica felicidad que adormecía los espíritus pero mantenía bien abiertos mis sentidos.


En mi colegio apenas si mandaban tareas para el verano, salvo la de rellenar un cuaderno de vacaciones y el ritmo de cada jornada era muy parejo al propio de los labriegos y jornaleros, cuyas familias vivían en casas diseminadas por la dehesa. Las faenas del campo marcaban el día a día. Cuando empezaba el veraneo era ya la época de trillar con mulas en las eras, la de recoger tomates y pimientos, melones y sandías, y las frutas y verduras de las huertas que se regaban con agua de pozos y acequias.

Si la cosecha de tomates y pimientos era muy grande, las mujeres de los jornaleros se afanaban en abrirlos por mitades y extenderlos a secar al sol en las eras, cuando éstas habían cumplido ya su función y el grano estaba recogido y entrojado. Algunas noches era preciso y precioso tirar cohetes en las eras para provocar que los conejos salieran disparados y dejasen de comerse los pimientos ya medio secos. Recuerdo muy bien que, a la mañana siguiente, deshacíamos con la mano las cagarrutas de los conejos y nuestras palmas se quedaban llenas de un polvo seco que era puro pimentón.
 Eran noches en que habíamos de encerrar a los dogos que guardaban la Casona. Ena se llamaba la perra madre. Sus cachorros, blancos y negros, eran primorosamente bellos.

jueves, 13 de mayo de 2010

AL VIEJO ESTILO I



Por disposición paterna mi familia veraneaba un año en Granada y otro en la dehesa de Campoamor, provincia de Alicante. Veranear significaba pasar fuera de Madrid los tres meses del estío, más una propina hasta bien entrado octubre, hora de enjaularse en el colegio.

La dehesa era propiedad de unos amigos de mis padres, sin hijos. Dos mil quinientas hectáreas de pino carrasco, lentiscos, algarrobos y almendros, con costa propia, en medio de aquella España pobre y autárquica. Aún no se olfateaba la llegada del turismo ni los villanos atentados contra la ecología y el buen gusto que traería de su mano el estirón económico de manos puercas. ¡Torres de hormigón a orillas del mar! ¡Habráse visto!

Fuimos, sin saberlo, la última generación que pasó sus vacaciones al viejo estilo. Nadie nos obligaba a estudiar idiomas o cosas útiles para el futuro. El tiempo, infinito, era todo para nosotros. Aprendimos a no hacer nada, como enseña el TAO. A no hacer-haciendo.

La vieja casa ,con más años que un palmar, quedaba retirada del mar. Una tartana con una mula nos llevaba al baño diario en la caleta de la playa Yo solía ayudar a Pepe, “el de la tartana”, a enganchar la mula al carruaje, operación que requería tener muchas manos, y más para un crío de ciudad.

Cabe al mar,cambiábamos nuestras ropas en una casita que llamaban “La Barraca”, que tenía un aljibe con agua dulce. “La Barraca” estaba decorada con redes, boyas de grueso cristal verde, salvavidas de corcho y estrellas y conchas de mar. La hélice del motor fuera de borda se sumergía, para protegerla del salitre, en una gran barrica con agua dulce. Después del baño en el mar nos quitábamos la sal de la piel por el sencillo procedimiento de verternos encima el agua de unos barreños templados al sol en el patio de la barraca.

Algunos días la yaya Sagrario llevaba a la playa unos cestos de mimbre para alargar los baños hasta la noche. Tortillas de patatas, filetes empanados, ensalada de pimientos rojos y verdes, sandías y melones puestos a refrescar en lebrillos con barras de hielo cubiertas con sacos. Higos y brevas dulces, albaricoques de secano, melocotones pequeños y prietos. La siesta se dormía en colchonetas de paja sobre el suelo empedrado de guijarros y cantos rodados del porche de la barraca.

domingo, 9 de mayo de 2010

GRANADA, MI ALJIBE VII


                                                                        

El capataz cumplió con el rito de las noches de verano pasando a dar las buenas noches a las once en punto. Preguntó:

-Ama ¿será inanormal el señorito?

Me gustó su diagnóstico, que por prudencia formulaba en interrogación. Prefiero ir solo como el espárrago antes que nadar en cardumen. ¡Me niego a ser más tonto que un hilo de uvas!

Mi madre contestó:

-Frasquito, ¡válgame Dios! Sus gallinas han estropeado en la siesta mi macizo de dalias en flor. ¿Quiere Ud. una taza de café?

Mi padre pidió la caja de tabaco de picadura y ofreció a Frasquito. Era buen tabaco, de hoja y de contrabando. Mientras los mayores liaban sus cigarros con parsimonia y papel Bambú, mis hermanas me comprometían con señas y dengues. Querían saber sí, y cuántas veces, había hecho aguas mayores y menores en el aljibe, durante mi encierro experimental. ¡Qué jodías las crías!

Pedí permiso para retirarme a mi habitación, que obtuve tras recibir la bendición materna junto a la señal de la cruz en la frente:

-Que la Virgen y los santos te acompañen, hijo.

Dormí hondo y de seguido. Soñé con ellos. Son buenos y se comen las larvas y los gusanos del agua. No molestan, no gritan y no abusan de los más débiles. El gitanillo se alejaba por la plaza de Bibarrambla cantando:

-¡Galápagos para el aljibeeeee!

Al abrirse el día escondí en el horno del secadero de tabaco el cráneo y la tibia que, humanos fósiles, había subido del fondo del aljibe. Siempre se ha dicho que cada familia guarda un cadáver en su aljibe. Los restos de nuestra momia tribal, míos son porque están aquí, en mi escritorio. Me advierten de dónde vengo, a dónde voy y cómo se las gasta mi gente.

Mi mesa de escribir, mi cuarto-leonera, mi perra y los huesos con mi propio ADN, son los únicos juguetes que tengo. Con ellos me encierro, a solas, para escribir variaciones sobre el mismo tema.

(En lo que se refiere a la ilustración del papel BAMBÚ )

sábado, 8 de mayo de 2010

BUKOWSKY, REALISMO SUCIO


La sombra de Charles Bukowski (1920-1994) se extiende por toda la ciudad de Los Ángeles. Era un viejo indecente, todo el mundo lo sabía. Un ludópata, un alcohólico y, en demasiadas ocasiones, un violento. Un canalla, en suma.

Bukowski era un mentiroso. A veces contaba que nació en California, pero en realidad lo hizo en Andernach, Alemania, en 1920. Hijo de inmigrantes, dio sus primeros pasos Los Ángeles. Luego se mudó. Y así una y otra vez. De pequeño nunca se planteó qué quería ser. De mayor tampoco, confesaría después.
Bukowski pasó la adolescencia frustrado y con la cara llena de granos Era un chico tímido, callado y solitario. No tuvo ni novias ni amigos.
En 1939 se graduó en Los Ángeles High School , como cuenta en su novela "La senda del perdedor", y entonces fue cuando todo cambió. Una tarde, ojeando las estanterías de la Biblioteca Pública de Los Ángeles , descubrió "Pregúntale al polvo" de John Fante y, con él, el llamado realismo sucio.
Fue acumulando trabajos uno tras otro como cromos de una colección. Escribió alguna poesía, algún relato breve, pero no fue hasta los 51 años cuando vio que podía ganarse la vida con la máquina de escribir y publicó su primera novela, Cartero.
Entre tanto encontró un empleo como funcionario de correos y se casó con Barbara Frye, alter ego del personaje de Joyce en Cartero. La relación no duró demasiado y al poco tiempo se divorciaron. Después conoció a Frances Dean en un lúgubre antro del Hollywood este. Con ella tuvo a su única hija, Marina, que nació en 1964.
Bukowski era un hombre muy poco atractivo y no fue hasta que empezó a tener éxito como escritor cuando las mujeres comenzaron a acercarse a él. Como la relación con Frances Dean tampoco cuajó, conoció a la escultora Linda King, con la que mantuvo una turbulenta aventura de amor, maltrato, gritos e infidelidad durante varios años. Con ella no se casó, pero sí con Linda Lee Beighle, que se convertiría en su última pareja.
Los 70 fueron una buena época para Bukowski. Empezó a ganar nombre como escritor y, con él, mucho dinero. Además de jugar a las apuestas, se permitía el lujo de ir a comer al restaurante Musso & Frank Grill, uno de los más populares entre las estrellas de Hollywood. Allí solía pedir cordero y vino blanco dulce para acompañar. Lejos quedaban los años de malvivir, pasando de pensión en pensión y de casa en casa.
Fue su época más tranquila. Pasaba las tardes en el hipódromo de Hollywood Park. Por las mañanas se dedicaba a escribir poesía en el patio de su casa y comenzó a recoger gatos de la calle. Aunque había llevado una vida de excesos, disfrutó una considerable buena salud hasta el final. Tras recibir quimioterapia en el tratamiento contra la leucemia, Charles Bukowski murió el 9 de marzo de 1994.



( Esta entrada es una condensación y reducción, a la mitad de su tamaño original, de una crónica publicada por Sergio Sauce en El País )

jueves, 6 de mayo de 2010

LUZ ¡NO SUFRAS!


( foto del autor )

¿Nunca se despierta en tí
 un recuerdo,
como en mí,
de un amante que se fué...?
Ayer me pasó a mí...

¡Rigoroso ritornello ritenuto!

martes, 4 de mayo de 2010

HOMBRE QUE SUEÑA


( foto de Patrick Faigenbaum )

El hombre que duerme sueña que está soñando y que es una lástima que ya no le duela el dolor.

El hombre que duerme se desdobla. Su espíritu deja el cuerpo tendido en la cama y le observa desde el techo. Ve un niño con gato y foto de ancestros.

¡Qué manos tan pequeñas tiene! Se apiada de él y se encierra de nuevo en su cárcel de materia.

El espíritu sueña que está en el patio con aljibe.

El cuerpo piensa que cada etapa es un libro. Unos versos. ¡Un beso!

El cerebro ordena a la conciencia que perciba el azul de lo azul.

La luz, arriba. Abajo, raíces. Lo perdurable resta dentro.

lunes, 3 de mayo de 2010

ETERNIDAD



La eternidad es ahora. No es más que la conciencia aguda 
de lo que está ocurriendo en este momento.
Y nada más. Apenas nada más.