jueves, 26 de diciembre de 2013

Mi ovejita Guillermina


(Guillermina, antes de ser adoptada por mí; foto del autor)


Aquella Navidad, o la siguiente, me empeñé en subir a casa una ovejita viva. Para que viese un belén instalado en todo su esplendor. Pensaba yo que a la oveja bebé le gustaría conocer los campos de Galilea, de Samaria y de Judea, representados en época en que no daban tanto el coñazo los palestinos y los israelitas como lo hacen ahora. Esto último no es tan así, porque años más tarde, cuando me dedicaba a espiar para el Mossad, me enteré de que ya por entonces andaban tirándose unos y otros de los pelos, pero yo a la sazón no lo sabía. Si lo hubiera barruntado, me hubiera hecho el longui y localizado los exteriores del nacimiento en Murcia, que es región bien hermosa y tiene de todo. Montañas altas, desiertos bravos, huerta exhuberante y un mar de miniatura, cual menuda alga brillante y plateada de sal.

Nuestro castillo de Herodes era un puro despropósito, porque mi hermana pequeña se empeñó en poner uno tan grande que deshacía toda la armonía y proporciones del conjunto. A mí me parecía una burrada dar tanto protagonismo a un señor malafollá, que había mandado degollar a no sé cuántos niños santos e inocentes. Nunca entendí qué narices tienen que ver los artículos de broma que ahora venden los chinos del todo a cien, con la conmemoración del holocausto de esos niños inocentes.

La ovejita lucera tenía carita de azucena y provenía de un rebaño que pasaba por nuestra calle de cuando en cuando porque mi querida calle era, y sigue siendo, una cañada o servidumbre de paso para ganado. Recolecté de entre los hermanos veinticinco pesetas, que cambié a Casilda la panadera para juntarlas en un hermoso billetito de los de color morado. Esperé a que pasara el rebaño, que lo hacía todos los jueves, y metí al pastor en su zurrón la tela marinera del ala y ¡hala! para mí la ovejita.





Monté al corderito en mis hombros y trepé por la escalera de servicio, pues me dio por recelar si, en el montacargas, no se me marearía la criatura. Soy muy considerado con la cosa de los mareos por padecer de ellos, tanto en coche, como en tranvía, avión o tren. Tengo el mal de mar hasta en la bañera, cuando me capuzo para enjuagarme el pelo, que en aquellos heroicos tiempos lavaba con champú de brea de marca Sindo. Era un mejunje laborioso de aplicar tanto por ir en unos sobrecitos que debían ser cortados por los extremos, como por picar en los ojos más que enchilada en la mucosa gástrica.La ovejita se aclimató bien a la casa y gustaba de mirar conmigo el belencico, aunque prefería mamar de la tetina de unos riquísimos biberones que yo le preparaba, a base de Pelargón y leche de la Granja Poch. Para mí que el animalillo creía que yo era su mamá, sobre todo porque le metía a dormir conmigo debajo de las sábanas y me bañaba con él en la bañera grande, para no desperdiciar el agua caliente, que entonces era un bien muy preciado por escaso.

Me gustaba cuando balaba la ovejita ¡¡beeee!! y yo le contestaba ¡¡baaa!! En suma, lo que pudiéramos considerar como una inteligente conversación. Me sabía a musiquilla celestial ese dulce balar. Todavía lo echo de menos. Mi ovejita y yo éramos niños limpios que olíamos a rosas del campo. Su lanilla era más suave que el vello de una cabra de Cachemira.

Oía yo rezongar al cuerpo de casa sobre mis costumbres y aficiones, murmullos que arreciaban cuando la oveja dejaba sus cagarrutas en el pasillo o donde le diera la real gana. El mayor disgusto de mi infantil infancia me lo propinó mi padre cuando decidió, en la octava de Reyes, que ya estaba bien de contemplaciones y de pamplinas y que la oveja fuera enviada por Auto Transportes Andalucía al convento de las monjas clarisas capuchinas de San Antón, en Granada capital. ¡A saber en qué asiento me la acomodaron para aquel viaje sin retorno! ¡Probetica!

Llegado que fue el verano siguiente, nada más desembarcar en Los Cipreses, decidí ir a casa de las monjitas por abrazar a mi lucerita, a quien había puesto de nombre Guillermo, por cariño al proscrito personaje de Richmal Crompton. Infeliz de mí, no daba importancia a los caracteres diferenciales de una oveja macho respecto de los de una hembra y parece que en mi casa tampoco eran duchos en ese arte. Oséase, que podía ser Guillermina. Ya he contado que en mi familia las cosas del sexo no se explicaban porque eran pecado. Y los pecados no tienen explicación, teologías aparte.

Con la tata Mariana agarré un tranvía en la parada del Cerrillo de Maracena y, después de trasbordar en la avenida de Calvo Sotelo, me plantifiqué en la calle Recogidas para dar un beso en los morros a mi Guillermina. Con la recta intención, eso sí, de preguntar luego por tía Emilia.


Esto último me daba cierta fatiga porque, como era monja de clausura, de las fetén, las visitas se perpetraban en una salita encalada, donde había una oquedad guarnecida con tres o cuatro barreras de rejas, la última de las cuales, esto es, la más cercana al visitante, tenía unos pinchos de tamaño natural. No estoy tuerto hoy en día porque, prudente de mí, cubría con un pañuelo de hilo egipcio el pincho más cercano al ojo que mantenía abierto. El otro ojo quedaba cerrado y sin luz hasta bien terminada la visita.

Sale mejor comprometer un cincuenta por ciento de tus capacidades, antes bien que el cien por cien. Mi tía era bajita, es decir, enana, lo que dificultaba aún más su reconocimiento sin ningún sistema de ayuda técnica para la navegación. Sor Emilia debía tener su guasa, pues una tarde, entre un ora pro nobis y un miserere nobis, preguntó a mi madre si yo era tuerto de nacimiento o sobrevenido.

Hoy es el día, decenios después de aquel asesinato, en que no he conseguido que nadie de la familia cante la gallina. Digo yo si será cosa de la ley de la “omertá”, como en la mafia. Pero a mí nadie me la da con queso, pues sé muy bien cuántas púas tiene un peine. Sostengo que la oveja fue engordada por las monjitas, quienes se la jamaron tal que el día del santo de la madre abadesa. Si alguien tiene prueba en contrario, que la aporte ahora o calle para siempre. ¡Anda que no le dieron matarile!


14 comentarios:

  1. Te doy la razón en lo de Murcia, jaja ¿cómo no?.

    Y te digo que tu madre era una santa, ¡a buenas horas le iba yo a dejar a mi hijo que me viniera con una ovejita y se bañara con ella!.

    El champú me ha traído recuerdos, había también de huevo de esa misma marca, en casa los usábamos y bien bonitos que se quedaban los cabellos (igual era porque entonces no tenía canas y no necesitaba tinte).

    Y que conste que siento romperte el corazón pero a la ovejita le dieron matarile fijo, es más lo raro es que tu padre la mandara a Granada en lugar de la carnicería.

    Besos

    ResponderEliminar
  2. María ¡tú me quieres matar a disgustos!
    Ahí va mi contraataque: las canas son preciosas ¿por qué la manía del teñido? En Francia es muy frecuente que las señoras se dejen su cabello tal cual...preferiblemente corto.
    Durante años volvía, en verano, al convento con la esperanza de...
    Abrazos cómplices.

    ResponderEliminar
  3. Te vi entre mis seguidores y vine a "curiosear", me encantó la naturalidad con que escribes, así que me quedo, además eres muy entretenido y la foto de la ovejita, que bellaaaaaa!!!!
    Besitos en el alma y que tengas un hermoso fin de semana
    Scarlet2807

    ResponderEliminar
  4. ¡Gracias Scarlet! ¡Eres tan amable! Siempre he buscado escribir con frescura y espontaneidad;la escritura es una emanación de cada persona. Me gusta escribir como hablo, y hablar como siento...
    Un gran beso de luna y seda.

    ResponderEliminar
  5. Adoro tus historias de ayer y tus recuerdos de hoy.
    Qué desatentos quienes se meriendan nuestros amores, robados con tanto empeño y desvelo!
    Es un placer recuperarte y sentirte y quererte.
    Mil besos.

    ResponderEliminar
  6. ¡Yo también te quiero, mujer tocada de rojo! En el caso de mi ovejita, es cierto que pagué "vinticinco" pesetas por ella, pero el cariño que me dió no tenía precio...Besos

    ResponderEliminar
  7. Eran días atravesados por los símbolos. Tuve un cordero negro. He olvidado su mirada y su nombre.
    Al confluir cerca de mi casa, las sebes definían sendas que, entrecruzándose sin conducir a ninguna parte, cerraban minúsculos prados a los que yo acudía con mi cordero. Jugaba a extraviarme en el pequeño laberinto, pero sólo hasta que el silencio hacía brotar el temor como una gusanera dentro de mi vientre. Sucedía una y otra vez; yo sabía que el miedo iba a entrar en mí, pero yo iba a las praderas.
    Finalmente, el cordero fue enviado a la carnicería, y yo aprendí que quienes me amaban también podían decidir sobre la administración de la muerte.

    ResponderEliminar
  8. Tengo una real curiosidad, casi científica, por identificar al autor/a de este texto, maravillosamente escrito. Además, debo al Anónimo haber aprendido una palabra que se usa en Asturias:
    "En Asturias, una "Sebe" es la vegetación que normalmente bordea las fincas, compuesta por diversos tipos de plantas, avellanos, endrinos, serbales, cerezos, zarzas, etc.
    Este tipo de vegetación en castellano se llama "Seto" y es efectivamente una tradicional y muy extendida forma de delimitar terrenos, fabricar cierres naturales y a la vez disponer de frutos.

    Los setos o como se dice en Asturias, las sebes, forman unos mosaicos sobre el territorio de enorme valor biológico por la diversidad de especies que aportan, casi todas ellas productores de frutos."
    ¿Alguien quiere aportar algo?

    ResponderEliminar
  9. En mi casa se criaban corderitos y chivitos....un dia desaparecian y no entendìa bien el porquè....hasta que un amigo cruel me dijo que la llevaban al matadero...fue un mal dia para mi...
    me ha gustado como escribes....asi que si me lo permite me quedarè por aqui para conocerte mejor...

    un saludo

    fus

    ResponderEliminar
  10. ¡Estás en tu casa, amigo FUS! La vida es un timo...¡Que nos devuelvan la entrada!
    Abrazos

    ResponderEliminar
  11. Hola Manuel,, buenas noches, quería pasar por tu blog para felicitarte por estas fiestas.
    Me gusta tu relato. También he tenido la experiencia de tener una ovejita en casa, son preciosa. Felicidades por tan buen relato. Un abrazo. Feliz 2014.
    Lola Barea.

    ResponderEliminar
  12. Ha sido muy grato leerte, me ha encantado...

    Muchos besos.

    ResponderEliminar
  13. Ja, ja, ja. Me gustan estas historietas-recuerdo. !Qué de disgustos nos dan con los animalitos cuando somos chicos! Siempre eche de menos vivir en el campo para poder tener toda clase de bichos sin problemas.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por su amable comentario. Efectivamente, los niños no pueden entender nunca la crueldad de sus mayores para con sus mascotas y otros bichos. Recuerdo el título de un librito delicioso que rezaba "Mi familia y otros animales".

      Eliminar

Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!