( séptimo capítulo )
( foto Enmanuel Sougez )
En el verano que puso fin al primer curso de la carrera, monté un viaje, a dedo auto-stopero, con un par de amigos de la facultad.
Pretendía llegar hasta Viena (diez días de estancia), pasando por París (quince días de parada) y Fribourg en la Suiza romande (un mes de estudio, parada y fonda). Y así lo hice, porque quise y porque pude, gracias a que en las tres estadías “pegué la gorra” a modo.
En la Ciudad Universitaria de París, XIVème distrito, me alojé en el Colegio de España, a precios del eufemísticamente llamado Sindicato Español Universitario (SEU) y gracias al “enchufe” de un tío mío, que era Decano de una Facultad, y me ayudó a lograr plaza. “¿Café, thé ou chocolat?” me preguntaba cada mañana una viejecita encantadora que servía los desayunos. El almuerzo también lo hacíamos en el comedor universitario.
En aquel agosto, primer año de mi libertad condicional, Ada, que había prometido visitarme, se presentó en París... con un amigo. Ambos se habían conocido al borde de la carretera, mochilas a la espalda, caras quemadas por los soles de la meseta de Castilla, los céfiros de los Pirineos Atlánticos, las brisas resinosas de las Landas, el bochorno verde y húmedo de Dax, y los dorados rubores de los viñedos de Burdeos. Así hasta París, procurándose caminos no trillados. Y yo, de turismo por Versalles.
La diosa Ada estaba radiante, en sus glorias. Se abrazó a mí y me hizo abrazar a su socio de autostop, que resultó ser un tío legal. Mayor que nosotros, había estudiado sociología en La Sorbona y nos enseñó un París desconocido que no he vuelto a saborear. Hicimos un poco el trío de Jules et Jim, pero sin abandonar mi adustez, tan hispana. Me porté muy bien. Aguanté los celos y disfruté viendo a Ada disfrutar con cara de aleluya.
En Viena cenaba y dormía en el colegio, también marianista, de la ciudad imperial. Mi cama estaba en un pabellón aislado del resto de los inmuebles donde vivían los religiosos. En el dormitorio colectivo de aquel internado, cerrado por vacaciones, moraba un servidor, más solo que un huevo frito en aquel septiembre austro-húngaro. Confieso que en aquella enorme alcoba, dividida por mamparas y con la típica estufa, tipo salamandra centroeuropea en su centro, pasé miedo y frío. Dormía a solas en un gran edificio, en país de lengua germana y con un hambre en las tripas que aún me suenan. Los curas y levitas cenaban, y yo con ellos, dos salchichas vienesas y una taza de té. ¡Ah! y pan negro, que era lo que me salvaba de caer exánime cada madrugada. En las escaleras de aquel pensionado vienés, sufrí por vez primera de lo que, a mi vuelta, el médico de casa diagnosticó como “dolores neuríticos”. El tiempo ha querido que sean muy llevaderos, pero en aquel entonces y en aquel país tan “rejodío”, creí que me había dado un “paralís”.
París la ciudad del amor... bonito trió, recorriendo la ciudad del amor en buena compañía en libertad y con amor.
ResponderEliminarUn abrazo de MA para ti Manuel.
Me alegro de que no fuera un "paralís" y de que el tiempo haya dulcificado los dolores y los recuerdos.
ResponderEliminarTus vivencias de juventud, tienen ese toque "pintón" que es inherente a tu personalidad.
Un beso nostálgico.
vielen Dank für deine Geschichte, ich genoss es .. vor allem weil ich die Wiener Würstchen zu verpassen.
ResponderEliminarAndererseits habe ich getötet mit: sondern nur, dass ein Spiegelei im September österreichisch-ungarische "
Grace hat mir verursacht ..
ein Kuss für Sie ...
Bárbara
¡DIOS ME ASISTA, MI QUERIDA BARBARA! ESTOY MÁS FELIZ QUE UNA PERDIZ: ¡MI RELATO TE HA ARRANCADO UN BESO! EN REALIDAD, ELLO ES RAZÓN MÁS QUE SUFICIENTE PARA SEGUIR ESCRIBIENDO. PROCURARÉ QUE DISFRUTES CON HUMOR. MI BESO TE BUSCA PARA AGRADECER EL TUYO...
ResponderEliminarEs envidiable esa juventud cargada de recuerdos y germen del actual hombre.
ResponderEliminarLas referencias cinemátrográfas, literarias, religiosas o grastronómicas que salpican, como gotas de aspersores, tus relatos son ingredientes que sasonan tu estilo.
Bueno ya esta, que esto suena a peloteo
Un beso
Qué tiempos aquellos,Manuel, en los que algunas podíamos disfrutar del viaje en auto-stop por las carreteras europeas, que era tanto como decir respirar el aire que nos hacia libres.
ResponderEliminarBelleza la de Jeanne Moreau....mordía la vida y transmitía bocanadas de "bonheur".Aún hoy con mas de 80 me seduce su voz.
ResponderEliminarMe has hecho reir,amigo, en este lluvioso día norteño.
Un abrazo de una "parisina de adopción"
Maite
Sí, Amaltea, sí! Me dieron el pasaporte en la DGS (Dirección General de Seguridad) y salí, por vez primera, "al extranjero", escapando de aquella España "Una, Grande y Libre" ¡Crueles metáforas!
ResponderEliminarEs cierto, como escribe Cuarentañera, todas esas vivencias de juventud (que yo no he disfrutado, ni experimentado) han dado o constituyen esta riqueza y profusión de carácter y formación que se ve y palpa en sus textos.
ResponderEliminarDurmiendo en centros improvisados, comiendo lo que encontrabas a tu paso (o búsqueda, como colarte en el frigorífico), es el mejor modo de conocer y disfrutar de los lugares que se visita.
Un texto muy entretenido.
saludos.
Parí está sobrevalorada.. un poquito..
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