(ilustración Chen Shuzhong)
Conté con primor los veintiún días que siguieron a la luna nueva de enero. Llegado que fue el día prescrito, sumergí con unción la vieja semilla del árbol de la ciencia en un termo con agua caliente, que renovaba cada doce horas. Para las fiestas de la cruz de mayo la pepita había brotado: una raicilla por un extremo y un alevín de tallo por el otro.
Como en la vivienda de la familia el espacio a mí asignado era mínimo y promiscuo, decidí pedir ayuda a una japonesa que había venido a Madrid a estudiar unos cursos de flamenco. Se llamaba Mishouko, tenía un ático cerca de la calle Ibiza y era versada en zen.
Me agencié en el Rastro una bañera antigua que había pertenecido al marqués de Esquilache. Pedí quedarme a solas la tardenoche en que procedí al trasplante de la semilla del árbol sagrado desde el termo útero hasta la rica tierra que había preparado en la gran tina. Seguí las instrucciones de mi tío el teósofo y todo salió según la naturaleza de las cosas santificadas.
Retomé el oficio de geómetra medidor. La exactitud y el rigor eran inexcusables, pues las planchas de zinc que cubrirían el suelo a cultivar y protegerían el parquet de madera de mi vocación agrícola debían encajar al milímetro con las otras piezas del propio metal que, verticalmente, iban a recubrir zócalos, rodapiés y pared hasta sesenta centímetros de altura.
Todo ello con la finalidad de disponer de un hondo de medio metro de buena tierra y humus orgánico que, convenientemente regados por mis manos de hombre de vega, me permitieran sembrar tomates, berenjenas, calabacines, judías verdes y otras verduras. Una esquinadura quedaría reservada para unas poquitas matas de cannabis sativa.
(
la foto de la bañera que compré en EL RASTRO la he tomado de un blog que se
llama CHIC CHIC )
Yo soy mucho de plantar -tomates y lo que no son tomates-, pero este sistema nunca lo he probado, ya ves. En cualquier caso, antes de adoptarlo, esperare a conocer el desenlace del experimento. No es, exactamente, que sea yo como Santo Tomás; sencillamente la prudencia nunca está de más. Besos.
ResponderEliminarTenias la buena tierra y las buenas manos para trabajarla con lo cual tu fruto tuviste.
ResponderEliminarUn abrazo y me ha encantado tu huerta
Es un placer deleitarme nuevamente con la historia de este huerto mágico
ResponderEliminarBesos sureños
La palabra, tus jardines interiores, são lindos.................. Bom Fim de Semana...............
ResponderEliminarBeijo
Manueeeeeeeeel!!! voy atener que ponerme al día, recién retomo el blog (por fin las ansiadas vacaciones).Asi que pasaré con más tiempo a leer,para ponerme al día.Un abrazo y que pases un feliz Domingo.
ResponderEliminarDigo yo que el arbolito algún fruto daría ¿o no? En cuanto al aprovechamiento de la tierra para otros cultivos, dice mucho de tu naturaleza ahorradora y práctica.
ResponderEliminarPese a los rigores de las mediciones y los cáculos, más poeta que agrimensor te encuentro... Bello relato.
ResponderEliminarManuel......... Compraste a foto da banheira ? A foto é linda. Isso não me admira em ti, és sensível. Me chamou muita atenção essa foto, antes de ler que tinhas comprado...
ResponderEliminarBesos
Manuel María, ¡Que ha sido un hallazgo estupendo tu creatividad! En cada uno de tus Blogs. En éste , esta entrada es la búsqueda de la presencia en la tierra, a través de su preñez, es genial. Los pretextos , reconocidos por todos los que de alguna manera somos humanos, y claro deseamos ( normalmente aunque hay sus extraordinarias excepciones) inmortalizarnos en las obras que dejemos,así, lo que sembremos,escribimos, en fin.
ResponderEliminarIré a cada blog, despacio, no todos el tiempo, me devora cada día y en los momentos en que éste toma una siesta, es que si puedo salto al ordenador. Un honor el contacto con tu obra. Un abrazo.
Eres candela como decimos allá en la aldea
ResponderEliminarCreo que como agricultor eres muy buen fontanero. Ah! Pero los detalles de tu huerta son imperdibles y exquisitos.
ResponderEliminarUn abrazo.