jueves, 20 de octubre de 2011

Tiempo de crisantemos (capítulo sexto)


Prefiero ser yo quien sacude primero. Si me atizan por sorpresa, me pongo el turbo y arreo dos veces. Es lo único que recuerdo de aquel colegio católico que sufrí durante todo un puto semestre, antes de que los curas me devolvieran a las garras de mi madrasta. El padre O'connor, encaramado en el púlpito, explicó en un sermón de domingo que también comete injusticia el que no hace nada, no sólo el que hace algo ¡Qué sabrán ellos!

Dejando los curas aparte, ahora se imponía anclar una la maraña de conjeturas que perjudicaban mis sesos. Una sola. ¿Ôsip estaba currando para mí y mi encargo o era un soplón del Mono? ¿Manía persecutoria? ¿Delirio de referencias? Me titiritaba el bolsillo, pero si había algo impepinable es que yo necesitaba un buen sirloin-steak sangrante y un buen polvo sin secuelas. En el restaurante Salerno's me fian y Kathy siempre está abierta a cualquier sugerencia.

Una vez cubiertas mis más primarias necesidades, me encaminé a al barbero Capullici. Yo había decidido correr más riesgos y visitar esa misma noche al puto Mono en su puta guarida.


Camino del antro del Mono, me detuve un par de veces. Una, para que me limpiaran los zapatos.  La segunda para observar al personal que deambulaba por la calle. Los únicos que miran con atención las cosas que ocurren en la rue son los polis y los delincuentes. Los demás pasean o van a trabajar.

En el despacho de Mono no había un puto cuadro en las paredes. Decía que el arte era cosa de maricones. Mono era un viejo duro y astuto. De esos que gastan careto de póker, aunque las cosas les vayan de cine. El muy baboso andaba siempre rodeado de mujeres guapas y de hombres feos. Decía que así nadie cometía errores. En medio de la mierda, conseguía que nunca le salpicara.


Los gorilas de Mono me cachearon con minuciosa parsimonia. Demasiada, para mi gusto. La oficina de Mono estaba llena de esos sujetos que mandan sobre los que mandan en la ciudad. Aquello parecía Wall Street un lunes por la mañana. Personas que fardaban de haberse hecho a sí mismas, pero que, enverdad, habían trepado a base de crueldad y de aprovecharse del sursuncorda. Gente de mala ralea, de los que matan por gusto y no por necesidad.

Mono escuchaba por radio un combate de boxeo de ese púgil al que los plumillas llamaban "la gran esperanza blanca". Me mantuve de pié y sin probar ni gota de alcohol. Es cierto ni dios me ofreció silla o trago. Así se comporta la gente principal. Te hacen sentir como perro alforjero.

El odio se mascaba en aquel cubil. Esa clase de odio que cabrea. Y que me pone en guardia.

( ilustraciones George Grosz)

3 comentarios:

  1. Sólo la policía y los delincuents vigilan la calle, pero también los escritores la observan, con otro ánimo sí, pero a la busca de un personaje o una escena que servirá para recrear un relato.¡Qué mala gente anda por el barrio!

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  2. Da gusto leerte, me hace gracia todo el dialogo de cortes y bajos llenos de humor y sabor.
    Saludos y feliz semana

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  3. Paso a dejarte un buen saludo en tu cuaderno...me has echo reir...eso es bueno..un saludo buen poeta desde el otro lado de la luna.

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Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!