Prefiero
ser yo quien sacude primero. Si me atizan por sorpresa, me
pongo el turbo y arreo dos veces. Es lo único que recuerdo de aquel colegio católico que sufrí durante todo un
puto semestre, antes de que los
curas me devolvieran a las garras de mi madrasta. El padre O'connor,
encaramado en el púlpito, explicó en
un sermón de domingo que también comete injusticia el que no hace nada, no sólo el que hace algo ¡Qué
sabrán ellos!
Dejando
los curas aparte, ahora se imponía anclar una la maraña de conjeturas
que perjudicaban mis sesos. Una sola. ¿Ôsip
estaba currando para mí y mi encargo o era un soplón del Mono? ¿Manía persecutoria? ¿Delirio de
referencias? Me titiritaba el
bolsillo, pero si había algo impepinable es que yo necesitaba un buen sirloin-steak sangrante y un buen
polvo sin secuelas. En el
restaurante Salerno's me fian y Kathy siempre está abierta a cualquier sugerencia.
Una
vez cubiertas mis más primarias necesidades, me encaminé a al
barbero Capullici. Yo había decidido correr más riesgos y visitar esa misma
noche al puto Mono en su puta guarida.
Camino
del antro del Mono, me detuve un par de veces. Una, para que
me limpiaran los zapatos. La segunda para observar al personal que deambulaba por la calle. Los únicos que miran con
atención las cosas que ocurren en la
rue son los polis y los delincuentes. Los demás pasean o van a trabajar.
En el
despacho de Mono no había un puto cuadro en las paredes. Decía que el
arte era cosa de maricones. Mono era un viejo duro y astuto. De esos que gastan careto de póker, aunque las cosas les
vayan de cine. El muy baboso andaba
siempre rodeado de mujeres guapas y de hombres feos. Decía que así nadie cometía errores. En medio de
la mierda, conseguía que nunca le salpicara.
Los
gorilas de Mono me cachearon con minuciosa parsimonia. Demasiada, para
mi gusto. La oficina de Mono estaba llena de esos sujetos que mandan sobre los que mandan en la ciudad. Aquello parecía
Wall Street un lunes por la mañana.
Personas que fardaban de haberse hecho a sí mismas, pero que, enverdad, habían
trepado a base de crueldad y de aprovecharse del sursuncorda. Gente de mala ralea, de los que matan por gusto y no
por necesidad.
Mono
escuchaba por radio un combate de boxeo de ese púgil al que los
plumillas llamaban "la gran esperanza blanca". Me mantuve de pié y sin probar ni gota de alcohol. Es cierto ni
dios me ofreció silla o trago. Así se comporta la gente principal. Te hacen sentir como perro
alforjero.
El
odio se mascaba en aquel cubil. Esa clase de odio que cabrea. Y
que me pone en guardia.
( ilustraciones George Grosz)
Sólo la policía y los delincuents vigilan la calle, pero también los escritores la observan, con otro ánimo sí, pero a la busca de un personaje o una escena que servirá para recrear un relato.¡Qué mala gente anda por el barrio!
ResponderEliminarDa gusto leerte, me hace gracia todo el dialogo de cortes y bajos llenos de humor y sabor.
ResponderEliminarSaludos y feliz semana
Paso a dejarte un buen saludo en tu cuaderno...me has echo reir...eso es bueno..un saludo buen poeta desde el otro lado de la luna.
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