domingo, 16 de octubre de 2011

Tiempo de crisantemos (capítulo quinto)



Amo los días de
noviembre: vino nuevo y crisantemos...
(Antonio Carvajal)


Me levanto de la piltra con la osamenta más dolorida que un saco de boxeo de un gimnasio de tres al cuarto. Abro el "frigidaire" y me sacude una peste agria. El brik de zumo está más caducado que  mi licencia de armas de detective de tercera. Nada. Ni leche, ni bacón, ni huevos. Nada con fe de vida. Nada que no tenga una costra de moho color verde-moqueta de casa de putas. Le pego un mordisco a un manojo de apio viudo. Supongo que las píldoras de cafinitrina no sirven como desayuno.

El agua de la ducha sale fría y de color tierra. La profesión de rastreador y trampero de adúlteras no da ni para agua caliente. En cambio las starlets bien que se lavan sus bajos tantas veces cuantas les sale de ahí mismo ¡Joder! ya sé que la justicia no es cosa de este mundo, pero…¡diantres, a veces duelen las comparaciones!

Me largo a mi bar a desayunar un par de bull-shots bien cargados de vodka, con un puñado de cacahuetes revenidos y salados como algas plateadas por el sol. Ôsip no estaba. No quise preguntar. Igual andaba arreglando los papeles de su jubilación o bien se había abierto para chivarse al Mono. Un puto detective privado de mierda debe saber barajar un abanico de posibilidades. Sobre todo para tratar de sobrevivir a todas ellas. Aunque jamás sea para mejorar.



Decreté tomarme el día libre aunque, fuera a beneficio de inventario. Agarré el tranvía, camino del zoo, para ver mis semejantes y otros animales, en tanto se aclaraba mi panorama color de hormiga. Las cotorritas y yo nos jamamos una hermosa bolsa de palomitas con ketchup. El ardor de estómago no tiene que ver con la comida ni con la bebida, que lo da la mala leche que uno va criando. Y se alivia con un buen trago de jarabe de Maalox.

Me sueno los mocos con mi pañuelo de dudosa reputación, con la mala estrella de que se me pega al paladar un pelo del vello púbico de la pelirroja. Con el centavo que me quedaba levanté la tapa de mi reloj y ahí fue que guardé el fetiche. Nunca enteraré de por qué me traicionó esa gachí, cuando estábamos a punto de lograr lo más difícil: pasar el purgatorio en este perro mundo.

Hacía mucho tiempo que, en una noche aciaga y en un honky-tong conocido como Club Le Citizen, me presentaron al Mono y me dio por hacerme el gallo:

-Siento haberte conocido, le dije.
-Aún no, amigo, aún no lo lamentas, me dijo el temido Mono.

 No soy de los que se arrugan. En condiciones normales, claro. Pero la sospecha de que Ôsip se había entregado a la merced y servicio del Mono me encogía el ombligo.

5 comentarios:

  1. Muy cínico y amargado es tu detective, digo yo, que podrías darle alguna alegría, por ejemplo que se le cure la úlcera de repente. En plan milagro.

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  2. Hubo un tiempo en que el detective amargado y cínico también quería cambiar el mundo...¡Gracias Amaltea!

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  3. El personaje de Grosz es la fiel personificación del ardor de estómago crónico.
    Salud
    Francesc Cornadó

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  4. Francesc Cornadó, en aquellos años no se había inventado el omeprazol...Salu2

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  5. Paso a dejar mas que un saludo gran poeta...la magia de tus letras me tranporta,muchos abrazos y un brindis por el paladar de lo bueno.

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Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!