( Boticelli )
( decimotercer capítulo )
Ada ha hecho de todo, siempre bien y sin despeinarse. Bufete profesional, enseñanza universitaria, “banca ética” dedicada a la financiación de energías renovables, microcréditos, apoyo a grupos de riesgo. Otra clase de banca, pues, también en América. Durante dos o tres años dirigió equipos multidisciplinares para estudiar el deterioro de las grandes forestas amazónicas y borneanas. Tiempo después, Ada fue nombrada conservadora jefe de un inmenso parque natural en la isla de La Reunión. Una llamada suya desde aquel paraíso perdido hizo añicos mi precario equilibrio interior. Ya contaré, si puedo, qué me dijo aquel infausto día la sacerdotisa Ada Afrodita.
La diosa sigue en el Olimpo. Nunca ha sido políticamente correcta. Se ha gastado lo que ha ganado en hacer lo que ha querido. Ha sembrado bien y paz. Ayuda sin entregarse. Los hombres dejaron de interesarla, salvo como personas. Tachada de poco práctica, me dijo un día “¡Quiá! nací herida de realidad y en busca de realidad sigo”. Usó palabras de Paul Celan, uno de sus poetas favoritos. Yo advertía en ella un modo exacto de estar en el mundo.
Amor no es voluntad, sino destino
de violenta pasión y fe con ella; elección nos parece y es estrella
que sólo alumbra el propio desatino.
¿Dónde iré a parar si se apaga luz tan clara? ¿Quién me sacará de los rastrojos? ¿Qué me respondería el conde de Villamediana?
La vanidad es yuyo malo, que envenena toda huerta. Ada se sabe superior pero actúa como si no lo fuera. No es humilde, actitud que se refiere al reconocimiento de la propia inferioridad, sino sensible y compasiva. Casi siempre... A mí la injusticia me da unas veces tristeza y otras rebeldía. Ella simplemente se subleva.
Ada también sabe ser injusta. Alguna bronca me gané sin creer yo merecerla. Era cuestión de sensibilidades, de finos desajustes. Si yo no notaba que algo mío la hería, ella no disculpaba mi torpeza. A veces pienso que me podía considerar un privilegiado, porque a los demás todo perdonaba. A mí no me pasaba ni una. Yo sufría, sin que mermara ni una brizna mi embobamiento por Ada. Las diosas también pueden ser arbitrarias. La arbitrariedad confirma su mando. También pudiera ser que una regañina inmerecida de Ada significara que antes me había perdonado varias de las justificadas. Mas yo me sentía como cachorro que no recuerda por qué su ama le atiza con el periódico en el morro.
Las diosas no sólo pueden ser arbitrarias sino DEBEN SER ARBITRARIAS, por algo son lo que son.
ResponderEliminarQuién si no, se lo podría permitir, un simple mortal?. Definitivamente no, hay cosas que para los moratales municipales y espesos, están vedadas.
Besos desde mi (a veces) ordenado caos.
Un personaje interesante, que me recuerda la rebeldía bonita y útil de las diosas que asoman a este mundo tan poco lírico.
ResponderEliminarLibres de codazos...
Cordial saludo para tí, Manuel.
María, Reina de la morería, amo el caos, pero necesito un poco de orden...y muchos mimos.
ResponderEliminarAsí es, Susi, así es...¡Ada y sus cosas!
ResponderEliminarManuel la Diosa Ada, una diosa con carárter y amor de diosa, como tienen que ser las diosas con mucha sabiduría y dando una de cal y otra de arena jeje , para no dejar de ser diosa y ser veneradas.
ResponderEliminarUn abrazo de MA para ti amigo ,desde Granada tierra de diosas bellas.
¿Para qué sufrir por una diosa? A estas alturas de la peli, lo más perturbador y divertido es reconocer en la mortalidad de la gente normal y corriente una fuente insuperable de goces pequeñitos, incluso vulgares y carnales, como la vida misma.
ResponderEliminarAmaltea: "...lágrimas, besos, zonas seductoras que me han dado la esencia de mí mismo..." (Gil-Albert)...
ResponderEliminarEn el fondo creo que deben aburrirse pululando todo el día por el Olimpo, sin disfrutar de todos esos placeres terrenales que tenemos por aquí… ;-)
ResponderEliminarUn placer leerte,
Muackss!!
Mi querida lady Ginebra: Ese es, justamente, el problema de los monoteísmos; un sólo Dios, no puede hacer el amor con nadie...¡El gusto es mío!
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