martes, 4 de febrero de 2014

La noche es griega


Primera parte

Vuelo IB-3882

Vuelvo al lápiz y papel. Escribo en el avión que me lleva a Atenas. Atracaré a las mil y monas, pues a la horita del acostumbrado retraso, debo sumar otra más por el local time de Atenas.

Manduco en la aeronave mi magra y sosa comida de dieta y me echo al coleto la botellita de aceite de oliva virgen extra Carbonell que me dona Iberia. ¡Gracias! Son 20 mililitros de aceite y no quiero desperdiciarlos chorreteando el plato. Para que se lo beba el lavavajillas, me lo trinco yo hocico abajo.


El periódico de a bordo me cuenta que en Venezia hay un “psicópata cultural” que da martillazos a obras de arte hasta donde su brazo alcanza. Parece ser que el muy cabronazo elige bien y sabe mucho de escrituras sagradas. “Ataque a martillazos contra Venecia” intitula así El País. Hombre, tampoco conviene exagerar, que dijo Sara Montiel. La policía cree que es un hombre alto, porque un señor bajito no podría golpear con comodidad hasta donde el vándalo lo hizo. ¿Y si se sube a la chepa de un colega? ¿Y si lleva una escalera plegable de IKEA?

Mañana tengo cita con mi amigo Demetrios Mantzounis. Nos mandamos mensajes electrónicos cada uno en nuestra lengua. Me divierte intentar descifrar el griego moderno, que del clásico me acuerdo bastante, puesto que, en el antiguo bachillerato de letras, me estudié tres cursos completos de griego con los libros del sabio Adrados.

Volamos al 78 por ciento de la velocidad del sonido. Son 2.500 kilómetros los que separan Madrid de Atenas y gastaremos 9.500 kilos de combustible, dice el Sr. Comandante de la nave. Madrid-Valencia-Palma-Cerdeña-Crotone-Keffallinia-Agrinion-Atenas. A treinta mil pies de altura.

Luna casi llena sobre las nubes. El tinto Beronia crianza 2001 no está mal. El “joróscopo” de hoy me vaticina “mal talante”. ¿Qué puedo hacer contra la conjunción astral? Los cefalópodos -del griego kefalí, cabeza y podós, pie-, son los invertebrados más inteligentes y grandes que se conocen. Lo dice el director de los museos científicos de A Coruña en el periódico que me estoy aprendiendo de memoria.


Se me olvidó que me olvidé contar el quilombo acontecido antes del despegue. Al subir al avión, sentado ya en mi “seat”, se armó una buena zaragata, muy bien manejada, por cierto, por la sobrecargo de Iberia. Una señora, bien entrada en carnes, intenta subir a bordo un chisme de gran volumen. La aeromoza explica cortés, fría y metódicamente que el bulto no cabe en los compartimentos. La excesiva pasajera dice que es una nevera con ¡órganos vivos! ¡Conmoción! Examen de documentos. De órganos, “nasti”, que diría un chuleta. Se trata, finalmente, de una nevera con medicinas. Paso libre a la gorda y a sus legales drogas, que se aleja maldiciendo por el pasillo: “que no se vea usted en situación como la mía...”.

Recuerdo que, de muchacho, me impresionó la malaventura que oí en mi barrio de boca de una gitana. La nieta de los faraones gritaba a un payo: “mal de ojo te dé Lucifer y así revientes como un sapo...”.

Llevo casi tres horas en el avión. ¡Qué “hartura”! En el video de a bordo sale un documental sobre La Habana. Mi abuelo Valeriano trajo de la guerra de Cuba “las fiebres”, que al fin y a la postre le mataron. Sería la fiebre amarilla, digo yo. Quiero volver a Cuba. ¡Mi Cuba es un bello jardín!

La mitad del pasaje ha volado en una pura dormidera. Yo estoy ahora mucho más despierto que lo estaré mañana a la hora de levantarme. La señora de mi lado tenía el pelo cardado y roncaba como un Messerschmitt.



ZZZZZ... ZZZZZ...


Segunda parte

Hilton Athens

Escribo mientras ceno en el jardín del hotel Hilton Athens. El restaurante se llama “Milos estiatorio” y me lo ha recomendado mi amigo Demetrios, que es un tío cabal. En la mañana fui a su despacho en el Alpha Bank y me colmó de regalitos olímpicos y atenciones.

Como quiera que la policía ateniense está de huelga, y el tráfico griego de mírame y no me toques, me acerca al hotel un mecánico del banco a caballo de una moto BMW más grande que el caballo de Troya. Me enlacé con tenacidad al jinete bancario porque, siendo ésta la tercera vez en mi vida que subía de paquete en una moto, no quería caer por tierra, como acaeció en las dos anteriores.
Un servidor, en su inocente desconocimiento de las leyes de la física, pensaba que el cometido del paquete era volcarse hacia el lado contrario al que se inclinaba el piloto, por la cosa de compensar las fuerzas centrífuga y centrípeta. Resultado: cuerpos a tierra, rodillas y codos escoriados y la promesa de no subir más nunca a un artefacto con motor y dos ruedas..


Noche griega. El camarero, en un castellano potable, me dice que aprendió nuestra lengua en la cama, con una argentina. Le digo que es el sistema más grato y económico. Se queda pensativo. Luego, estrechado a preguntas, el mozo de comedor, bien plantado y guapito de cara, me confiesa que también aprendió así el francés y el alemán y el inglés; y nosotros, en España, sin hablar de verdad ninguna lengua viva.

Se oyen gritos atenienses. En este preciso momento Grecia se juega su pase a la final de la Eurocopa. ¡Allez la Grèce! La camarera greca me dice que su corazón late por el match de fútbol. ¡Qué desperdicio! El camarero, medio macarra él, me cuenta que ha dejado a la argentina por una yankee, que fue modelo y está muy buena pero “…que no tiene comunicación con ella después del acto…” Se van mañana a San Francisco. ¡Que Dios les bendiga y se apiade de él!

Ella no me preocupa. Primero, porque no la conozco y segundo, porque se lleva a su apolo a su tierra.Más tiran dos tetas que dos carretas.
Un ciprés oculta el plenilunio. O ella, mi Afrodita, se esconde tras el enhiesto árbol. Me obsequian con un vino dolcetto de Samos. ¡Qué agradable! Es de uva pasa, pero blanco. Subo al “penthouse bar” a rematar la noche. «Con un café con leche y una ensaimada, rematas una noche de cabaret» reza el tango.

En el ático ateniense la copa no es simétrica. El borde el vaso es más alto por un lado que por el otro. Amplifica así los efectos etílicos. Camareros no hay. Están viendo el partido en minimalistas aparatos de TV: 0-0. ¡Allez la Grèce! Viene la prórroga: ¡Sait´on jamais!

El taoísmo sabe que la embriaguez te hace lúcido, libre, sin peso. En China el vino es elixir de la inmortalidad. Un filósofo Zen escribió sobre la resaca. «Te parece que no te encuentras bien. Tienes la mente llena de “malas hierbas”. Si consigues no combatirlas ellas también pueden enriquecer tu camino hacia la luz».

Para mí que ese buen hombre quiso decir, traducido al lenguaje del funesto Occidente, que lo peor de la resaca no es la molestia física, sino la puñetera culpa. En resumen: cantidades industriales de té verde y de agua con limón y…buscar el lado espiritual del hecho de sentirte hecho unos zorros.
Me levanté de los manteles consolado y confortado. La luna griega es casi tan rotunda como en Murcia. El poderoso influjo de Afrodita marca un gol del equipo de Grecia. El delirium tremens. Cohetes, bocinazos y abrazos colectivos.

Me recojo en mi habitación, la 1006, y cierro puertas y compuertas. El sueño es una rosa, dicen en Persia. Si alguna de las mozas griegas quiere algo de mí, tienen la llave maestra.


A la siguiente mañana, instalado en el “main lobby” del Hilton Athens, bebo té verde y natural mineral water. En una hora marcharé al aeropuerto que se llama ahora “El. Venizelos”.

La comida de trabajo de ayer se celebró en un comedor del hotel llamado Thalia. «Estas que me dictó rimas sonoras, culta sí aunque bucólica Thalía…». Cito de memoria. Par coeur. Mis colegas no sabían de la función protectora e inspiradora de la diosa griega sobre la poesía. Vamos, que ni puñetera idea sobre quién era Thalía.

Las griegas han mejorado y muy mucho. Se ven hembras guapas por la calle. Antes, no. El hotel es fantástico. Servicio y cocina también. ¿Alguien da más? Si me pierdo en Atenas, me buscáis en el Hilton.

En consciente homenaje a mis contradicciones, acabo de cometer el acto más raro de mi vida. Siempre refunfuño de la manía de comprar posters en los viajes. Pues bien, acabo de comprar uno, con su canuto de cartón incluido. Mi antiguo reproche viene de que un poster abulta mucho y es incómodo de transportar. Pues aquí me tienen, con un pedazo de póster/canuto que no se lo salta un galgo. Ya encontraré una pared que lo sostenga con dignidad. ¡Anda que no!

5 comentarios:

Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!