sábado, 23 de noviembre de 2013

El ratón que se comía mi jabón


Érase que se era un ratón de campo que se comía mi jabón.

Hace mucho tiempo era costumbre, en años de magra cosecha, aprovechar el aceite de oliva inservible para elaborar jabón.

Removíase la mezcla en grandes barreños de cerámica vidriada. Añadíase aceite de laurel y otro ingrediente que no recuerdo ahora, quizás glicerina. Batíase con palos largos de madera de avellano y la fuerza de los labriegos brazos. Y, ¡oh milagro!, ya estaba saponificado el aceite.

El mejunje se trasvasaba a cajones de madera, que eran apilados y puestos a desecar en las naves donde se entrojaba el grano. Cuando endurecía del todo era cortado con serruchos, primero en barras largadas y luego en tacos. Era un jabón muy bueno y sano. 

Una mañanita de verano, al asearme en mi tocador con aguamanos de jofaina y palangana de porcelana, advertí en mi mendrugo de jabón huellitas de uñas y roeduras de dientecillos. Y así día a día y noche a noche de un estío calefaciente.

Tracé un plan, que ejecuté en la alta noche de la luna llena de agosto mientras velaba quieto y a oscuras. Sonar las dos en el reloj del salón y oír que el ratoncillo roía en mi jabonera fue todo uno. Era rabilargo y morripelúo. Preciosísimo. Le dejé hacer sin moverme. También los ratoncillos son hijos de los dioses.

Tardé en dormirme y lo hice pensando en que apenas sí faltaba un rato para la llegada del agua por la gran acequia, pues aquella amanecida era nuestro turno de riego. El capataz me despertó a las seis y media con la contraseña convenida. Tres pedrejones contra mi balcón.


A la noche siguiente corté a navaja el jabón de aceite en dos cachos parejos. Uno para el ratoncillo y otro para mí, que guardé en la mesilla de noche, con el orinal, la linterna, un ovillo de hilo de bramante, el libro de las aventuras de Guillermo Brown de la editorial Molino y... una foto de Silvana Mangano en “Arroz amargo”, recortada de la revista Fotogramas. El animalico mordedor entendió mi propuesta. Él no debía comerse mi pedazo ni yo lavotearme con su trozo. Ambos cumplimos como caballeros.


Llegado que fue el tiempo de volver al colegio, bien pasado el veranillo del membrillo, el ratón estaba tan cachigordete que se le juntaban las mantecas. Yo estaba flaco como siempre, tostado y vivo. Triste por la vuelta a la capital, más contento con mi secretillo.

6 comentarios:

  1. No veía a buscar al ratoncito comedor de Jabón de oliva, sólo llegaba, pero me ha encantado la historia, tengo la teoría; adicto a encantador saborizante el rabilargo se hizo adicto a la probadita diaria, otra sería hacerte su amigo, te vio con cara de bueno y trazó una trampa para entablar relación contigo, puede ser. Saludos

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  2. Rabilargos y morripelúos es como los prefiero. A los ratones, claro. Que yo sepa el ingrediente secreto es la sosa cáustica. Y salía un jabón excelente. Lo mejor para quitar manchas en las prendas. Para los cuellos y puños de las camisas, mano de santos. Ahora que para consumo... ya no lo veo tanto. Al menos si uno no es un ratón. Qué gustos más raros. Yo hubiera preferido un taco de jamón. Besos.

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  3. Tal vez no recuerdas que para hacer el jabón con aceite usado, un ingrediente básico es la sosa, así lo hacemos en casa, claro que, con sosa no se hubiera atrevido a hincar el diente, un ratón de tan fino paladar.
    Besos

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  4. Emotivo relato de niñez.
    Manuel a ver si tu ratón era el Ratoncito Pérez que te visito en Los Cipreses , antes de viajar a Madrid.
    En cuanto al jabón casero, diré que no hay otro jabón mejor, es ecológico.
    Abrazos fraternos de MA desde tierra granadina.

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  5. No sabia que la queria hasta que se marchó....
    dejóndome cinco hijos sin plata y ningún café.

    me desperté dormido pensando volverla a ver....
    pero desapareció con el otro que hacia mejo
    r sexo que él

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  6. Te copie lo que le escribiste a Mucha y ya ves me salio muy bien.

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Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!