( fotos Masao Yamamoto )
En Madrid ya no falta agua, como sí
pasaba en la posguerra.
Sabido es que el agua la manda Dios, y
en casa la da el alcalde. Yo no sé vivir sin ella. En Caracas los aguaceros
tropicales se llaman “palos de agua”. Un amigo murciano me dijo que a él las
tormentas le “trascordaban”. A mí me gustan… si no me estropean mi cita con la
mujer del funcionario que da o quita públicamente la fe.
María Auxiliadora, la mujer
del notario va y me dice:
− ¿Por qué nunca me dices que me
quieres?
Reflexiono:
− No lo sé.
Replica:
− ¿Por qué yo sí lo sé?
Mi turno:
− Por la misma razón que yo no lo sé.
Por cierto, ¿por qué me has elegido a mí? ¿Acaso soy yo el polvo de tu
venganza?
Responde:
−No. Simplemente, porque quitas los
bordes del pan del sándwich.
Hicimos el amor en un hotel de Versalles
¡Qué lujo de agua! La de las fontanas y las de Evian, Vittel y San Pellegrino.
El agua embotellada es el vértice de la pirámide de nuestra civilización,
aunque mi yo ácrata preferiría que socavara su base.
Con la notaria consorte aterrizaron
tiempos raros y dichosos, en que los era bien visto, entre nosotros dos, sentir
las cosas que cada uno quería y decirlas como cada uno las sentía.
Más ¡ay! la llamarada se marchitó en un
vuelo. La candela empezó a enfriarse en los jardines de Versalles, cuando me
topé con una estatua de mármol de siete pies de alto, que era una representación
casi exacta de la eterna belleza de Ada. Obra de Edelink, estaba fechada en
1679 y esculpida a partir de unos bocetos del primer pintor de la corte del rey
francés.
Volví a la calle de la Princesa número
3, al apartamento de Rita Barassi. Le cuento que lo de María Auxiliadora se ha
terminado y me dice:
− Pues lo mío también se acabó, que
mañana marcho a mi tierra. Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero:
Córdoba, Argentina.
En otros tiempos anteriores, visitando el Machu
Pichu, Rita me había confesado: «Nunca me ha gustado que los sentimientos
interfieran demasiado en mis relaciones sexuales. El sexo es sexo. El amor,
moral y costumbre. Y la libertad está por encima de todo. El sexo llega de
cuando en cuando. La libertad está siempre conmigo».
Alguien dijo que ser fiel es fingir que el tiempo no existe.
Alguien dijo que ser fiel es fingir que el tiempo no existe.
Diré que las aguas embotelladas, una vez que te aficionas, son como una buena Ginebra. A mí me gustan las aguas, tanto las que caen del cielo, que en mi país también llamamos "palos", cuando son muy fuertes, las de los ríos, claras y limpias como las del Oriente y las de Vichy Catalan o San Pellegrino, aunque no limpien pecados, que vendría bien.
ResponderEliminarEn cuanto a la mujer del notario, tal vez te vino bien que se enfriara, no sabemos a tiempo algunas veces lo oportuno que es un final inesperado.
El amor...¿Existe el amor?
El sexo sin dudas, invita al pecado y contenta el alma.
Besitos de viernes, casi lluvioso.
Una buena agua y una buena mujer hace que la digestiòn sea perfecta.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, escribes muy bien.
un abrazo
fus
En principio parecería razonable. O cuanto menos, inevitable. Pero esta vez la ciencia acudirá en mi ayuda: piensa en la mecánica relativista... Quizá el tiempo no exista de igual forma para todos. Besos
ResponderEliminarMe gusta el agua, clara, cristalina, diáfana, sin resquicios para falsedades, así me gusta el sexo sin resquicios para esconder nada
ResponderEliminarMi beso fresco de agua clara