viernes, 16 de noviembre de 2012

La mujer del notario


( fotos Masao Yamamoto )

En Madrid ya no falta agua, como sí pasaba en la posguerra.

Sabido es que el agua la manda Dios, y en casa la da el alcalde. Yo no sé vivir sin ella. En Caracas los aguaceros tropicales se llaman “palos de agua”. Un amigo murciano me dijo que a él las tormentas le “trascordaban”. A mí me gustan… si no me estropean mi cita con la mujer del funcionario que da o quita públicamente la fe.

María Auxiliadora, la mujer del notario va y me dice:

− ¿Por qué nunca me dices que me quieres?

Reflexiono:

− No lo sé.

Replica:

− ¿Por qué yo sí lo sé?

Mi turno:

− Por la misma razón que yo no lo sé. Por cierto, ¿por qué me has elegido a mí? ¿Acaso soy yo el polvo de tu venganza?
Responde:

−No. Simplemente, porque quitas los bordes del pan del sándwich.


Hicimos el amor en un hotel de Versalles ¡Qué lujo de agua! La de las fontanas y las de Evian, Vittel y San Pellegrino. El agua embotellada es el vértice de la pirámide de nuestra civilización, aunque mi yo ácrata preferiría que socavara su base.

Con la notaria consorte aterrizaron tiempos raros y dichosos, en que los era bien visto, entre nosotros dos, sentir las cosas que cada uno quería y decirlas como cada uno las sentía.

Más ¡ay! la llamarada se marchitó en un vuelo. La candela empezó a enfriarse en los jardines de Versalles, cuando me topé con una estatua de mármol de siete pies de alto, que era una representación casi exacta de la eterna belleza de Ada. Obra de Edelink, estaba fechada en 1679 y esculpida a partir de unos bocetos del primer pintor de la corte del rey francés.

Volví a la calle de la Princesa número 3, al apartamento de Rita Barassi. Le cuento que lo de María Auxiliadora se ha terminado y me dice:

− Pues lo mío también se acabó, que mañana marcho a mi tierra. Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero: Córdoba, Argentina.


En otros tiempos anteriores, visitando el Machu Pichu, Rita me había confesado: «Nunca me ha gustado que los sentimientos interfieran demasiado en mis relaciones sexuales. El sexo es sexo. El amor, moral y costumbre. Y la libertad está por encima de todo. El sexo llega de cuando en cuando. La libertad está siempre conmigo».

Alguien dijo que ser fiel es fingir que el tiempo no existe.


4 comentarios:

  1. Diré que las aguas embotelladas, una vez que te aficionas, son como una buena Ginebra. A mí me gustan las aguas, tanto las que caen del cielo, que en mi país también llamamos "palos", cuando son muy fuertes, las de los ríos, claras y limpias como las del Oriente y las de Vichy Catalan o San Pellegrino, aunque no limpien pecados, que vendría bien.

    En cuanto a la mujer del notario, tal vez te vino bien que se enfriara, no sabemos a tiempo algunas veces lo oportuno que es un final inesperado.

    El amor...¿Existe el amor?
    El sexo sin dudas, invita al pecado y contenta el alma.

    Besitos de viernes, casi lluvioso.

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  2. Una buena agua y una buena mujer hace que la digestiòn sea perfecta.
    Me ha gustado mucho, escribes muy bien.

    un abrazo

    fus

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  3. En principio parecería razonable. O cuanto menos, inevitable. Pero esta vez la ciencia acudirá en mi ayuda: piensa en la mecánica relativista... Quizá el tiempo no exista de igual forma para todos. Besos

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  4. Me gusta el agua, clara, cristalina, diáfana, sin resquicios para falsedades, así me gusta el sexo sin resquicios para esconder nada

    Mi beso fresco de agua clara

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Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!