(el autor en La Habana)
Las horas contadas
Primer encuentro
Se trataba de charlar con el Comandante en Jefe, oportunidad que me proporcionó el destino la noche en que conocí a Sergio del Valle, un histórico de la revolución cubana. Fue médico de la guerrilla en Sierra Maestra, en el oriente de Cuba y recibió el título de Héroe de la República. Ha muerto ha poco, semanas después de hacerme tremendo regalo.
El libro de la vida quiso que el invierno anterior, en un club de Caracas reservado para oficiales chavistas, conociera yo, tragos de ron por medio, a un compañero de Fidel. Sergio, ya mañaneando en la cima del Monte Ávila, va y me suelta:
− Mire compadre, usted como que me cayó bien. Me dicen mis camaradas bolivarianos que usted escribe no tan mal. ¿Es correcto eso de que usted es hombre de buenas letras? ¿Quiere conocer a nuestro Comandante en Jefe?
Sus palabras eran pura electricidad. Acepté sin pararme a pensar si se trataba de una morisqueta destilada entre los efluvios del licor o si la vaina iba en serio.
De vuelta en Madrid me llaman de la embajada de Cuba al número privado de mi telefonillo celular, a fin de invitarme a cenar a la residencia del embajador. Dado que a nadie había facilitado mi número del móvil, concluí que para eso están los poderes oscuros de los servicios secretos.
El embajador-funcionario, amable y reservón, me anunció que el doctor Castro me recibiría en La Habana los días jueves y viernes 23 y 24 de agosto.
Escribí de mi puño unas letras de agradecimiento para Sergio y traté de olvidar el asunto. Obedeció la corteza frontal de mi cerebro, sede del razonamiento crítico. Pero no así el llamado eje del terror arrellanado en el sistema límbico, en donde arden de fervor la amígdala y su corteza singular anterior. En los meses previos al encuentro habanero mis sueños y pesadillas nocturnas se poblaron de barbudos en Sierra Maestra, del Ché y su imaginería e incluso del glamour gansteril de Lucky Luciano y de Meyer Lansky en La Habana de cuando Fulgencio Batista. Una noche vi a Fidel embalsamado en vida. Me dio por sonambulear con Neruda, Asturias, Rulfo, Carpentier, Paz, Jorge Amado y ¡como no! con Gabo.
Con García Márquez no sólo hablé en estado narcótico sino también por teléfono. Actuó de alcahuete un viejo amigo casado con una bella dama colombiana, con raíces y casa palacio en Cartagena de Indias.
Gabo me trató con deferencia y me obsequió con su caliente verbosidad caribeña. Aconsejóme el maestro sobre la manera de bienllevarme con Fidel tanto en las formas, como en los fondos.
Pregunté al creador de Macondo:
− Maestro, ¿no se nos morirá el Comandante antes de nuestra charladera agosteña?
− ¡No joda doctor, no lo quieran los dioses!, contestó Gabo.
Ignoro si el de Aracataca se refería a un posible carajal a la muerte de Fidel, o si era, simplemente, el deseo de un buen amigo del fundador del castrismo.
Mi parte zen me aconsejaba no prevenir en modo alguno mi visita a Fidel. Vivir el presente y, una vez en La Habana, dejarme guiar por lo que entonces fuera presente.
Los meses siguientes anduve atento al instante que transcurría cada instante, a las yemas que se abrieron en primavera y a la brisa que doblaba los árboles e inclinaba la mies. Intenté habitar en mi vida sin atribuir mi soledad a una conspiración del universo mundo contra mí.
De cuando en cuando recibía algún recado de la embajada cubana para confirmar extremos del viaje, que pagué con cargo a puntos Iberia plus. Reservé habitación en el Hotel Nacional de La Habana, el de más sabor que he conocido. Su suelo es igualico al de la casería de Los Cipreses de Granada. El misterio se desveló cuando la historiadora que me enseñó las tripas del edificio confirmó que toda su azulejería se fabricó en Granada allá por los años veinte.
Pasé unos días a cuerpo de virrey en el cuarto 804 del Nacional. Digo yo que en mi aposentamiento en su planta más noble y codiciada algo tendría que ver el “apparátchik” del partido comunista de Cuba. Sin descartar el efecto que pudo producir el billete de veinte euros que deslicé en la mano de Lisette, agraciada señorita recepcionista.
Embajada y consulado cubanos en Madrid me advertían con insistencia que allá no se admiten tarjetas de crédito emitidas por bancos USA, que el dólar norteamericano está castigado con un impuesto elevado y que no llevase celular con GPS incorporado ni ningún otro equipo de comunicación satelital, en palabras de la Aduana General de la República. No atendí esta última recomendación pues me acababa de comprar un chisme nuevo con cámara incorporada de cinco megas que, sin comerlo ni beberlo, resultó llevaba en sus entrañas un GPS.
Durante el vuelo a La Habana fui maquinando en mi caletre si declaraba la existencia de semejante artefacto, como exige la norma local, o, me hacía el longui y que fuera lo que Dios quisiera. Nada pasó, salvo la guasa del mismísimo Comandante en Jefe cuando le conté que sus servicios de aduanas y de inteligencia no habían olido que este menda llevaba encima un trasto con GPS. Fidel dijo:
− Ustedes los gallegos sí que son…
Cosas de la dictadura y del embargo, o bloqueo, o como se llame lo que el Imperio Usa, así motejado por Fidel, aplica a la isla desde los tiempos de Maricastaña. A los que mandan en Cuba los dedos se les antojan huéspedes y ven agentes secretos y mercenarios contratados por la “gusanera” de Miami hasta en la sopa. Tampoco es manco lo de Guantánamo y la fallida invasión de Bahía de Cochinos allá por el año 1961. ¡Y la crisis de los misiles de octubre de 1962! Por cierto que mi valedor Sergio del Valle estuvo en el puesto de mando, codo con codo con Fidel, en aquellos días en que el mundo estuvo en un tris de irse al carajo.
La gran limousine negra me depositó en una hermosa quinta rodeada de un par de hectáreas con caobos y ceibones de alto copete. Soy incapaz de situar la mansión de Fidel y de estimar la distancia recorrida en nuestro trayecto. Ni siquiera aseguro que no me llevaran al estilo taxista, o sea, dando vueltas para alargar el camino y despistar al pasajero. Tampoco ayudaban los cristales tintados del cochazo y las cortinillas que me protegían de cualquier curioso y me impedían ver tres en un burro.
A la puerta me esperaba un ayudante militar color café con leche. La piel del oficial, no el uniforme, que era verde oliva. Tendí mi mano, que estrechó no sin antes cuadrarse reglamentariamente. Cruzamos porche y vestíbulo coloniales y accedimos, por una puerta disimulada en un trampantojo, a un corredor, que daba a otro corredor y luego a otro más, todos ellos forrados de caoba de la buena, no de la africana. En menos tiempo del que se tarda en llegar a las puertas letra K de la nueva terminal del aeropuerto de Barajas, estábamos en el antedespacho de otro antedespacho que, este sí, lindaba con el despacho del jefe.
Otro oficial, de mayor rango pero igual de bien plantado, me indicó amablemente que aguardara unos minutos a que el Comandante terminase de despachar no se qué vaina. Una mucama me sirvió con obsequiosidad un cafecito y un agua mineral sin gas. Concretamente Aqua Panna.
Muebles de época y Fortunys, Sorollas, Plas, Rusiñoles, Casas y esas cosas mediterráneas y luminosas colgaban de las paredes.
Siete minutos más tarde apareció un señor vestido de paisano que con suavidad vaticana me refrescó los términos convenidos para las entrevistas. Agradecí el recordatorio y también la confianza que demostraron al no cachearme. No pasé bajo ningún arco detector de metales. El paisano me explicó que el Comandante en Jefe había optado por recibirme en sus habitaciones privadas. A tal fin nos encaminamos a la otra punta de la mansión.
− Como ya usted sabe el Comandante continúa, satisfactoriamente eso sí, el proceso de recuperación de su incidente de salud y prefiere atenderle en su salita de estar.
De pronto, al pasar la decimonona puerta, atmósfera, mobiliario y decoración cambiaron de aire. Estaba entrando en una especie de casa burguesa de los años treinta, arreglada con muebles modernistas de firma. Me enamoré de una cómoda de madera de alcanforero que era una belleza.
Sentado que estuve en un sillón art-decó apareció un ama de llaves que resultó llamarse Carmiña y ser de Ourense. Carmiña no había perdido ni un matiz de su cerrado acento y me dijo con gracia que el Dr. Castro estaba terminando de acicalarse. Ofreciome otro cafecito, que rehusé por la cuestión de la tensión arterial, que a esas alturas tenía ya disparatada por el subidón de adrenalina.
En cinco minutos se me apareció Fidel en color azul purísima, embutido en chándal y deportivas marca Adidas.
− Bienvenido a casa joven. Tiene usted buenos amigos.
Saludé con llaneza y parquedad al anciano, extremadamente delgado, pálido y débil, pero ciertamente con sus pupilas como carboncillos encendidos. El ochentón estaba avellanado, pero no andaba con la barba por el suelo.
− Pregunte lo que guste. Cuento con su discreción. Gabo dice que escribe usted en buen castellano de allá y que no es periodista, cosa que se agradece.
Reconocí al Comandante su deferencia y dejé claro que no pensaba tomar notas de nuestra charla y que si, más adelante, decidía escribir un relato, le haría llegar el texto antes de darlo a leer a persona alguna. Me interesé por su convalecencia.
− Pues mire usted gallego, voy mejorcito. He ganado peso y fuerza, pero mentiría si no le dijera que esta vaina dura más de lo que yo esperaba y conviene al pueblo cubano.
Me hubiera gustado preguntarle por la autoría de la decisión de operar sus hemorragias intestinales mediante una laparoscopia, en lugar de abrirle la barriga de cabo a rabo. Me abstuve de indagar a quien se le ocurrió llamar, para la segunda intervención, a cirujanos españoles. Elegí desflorar la charla demandando al Jefe sobre sus pensamientos al encontrarse, lúcido, ante la muerte. Fidel puso esos morritos que utiliza cuando quiere decir una pillería y soltó:
− ¡Carajo con el amigo de Gabo! No creerá usted, caballero, que un viejo marxista se va a asustar por estirar la pata una vez cumplido con su deber de buen revolucionario. Además, recuerde usted doctor que estudié con los jesuitas…
Tenía la opción de intentar sacarle punta a esta anfibológica frase, pero a ello renuncié para evitar que se le fuera la sinhueso y me soltara un rollo ortodoxo sobre el paraíso del proletariado y demás zarandajas. Preferí preguntarle por sus relaciones con la Iglesia.
− Verá usted amigo Torres, yo respeto cualquier creencia pero, como responsable político, me preocupa lo que está pasando en Estados Unidos. El imperio, que está derrotado moralmente, retrocede hacia la religión, de manos de los neoconservadores. Ya usted sabe que ahora mismito hay más telepredicadores en las cadenas americanas que nunca jamás. Los republicanos están jodiendo al planeta y ni siquiera saben cómo salir de Irak o de Afganistán lo antes posible y sin perder la cara. Las elecciones parlamentarias ya las han perdido y también perderán las presidenciales. Pero el mal está hecho. La influencia de los “neocon” está dando alas por doquier a las fuerzas de la derecha para sostener que el estado estorba. Su alianza con los poderes religiosos intenta debilitar el racionalismo ilustrado. ¡Qué razón tenía san Carlos Marx cuando tildó a la religión de opio de los pueblos! Es el retorno de los brujos. Recomiendo a usted que lea el libro del mexicano Fernando Vallejo que se llama “La puta de Babilonia” o algo asina.
Dejé respirar al Comandante pues se estaba encendiendo por momentos, no fuera a darle un patatús antes de terminar yo con un trabajo que nadie me había impuesto y que no sabía muy bien en qué consistía.
Cambio el tercio y pregunto por Europa.
− Europa anda también medio jodida y no me refiero a Blair o al bajito del bigote, que ya están fuera del poder por sacar los pies de sus alforjas metiéndose donde nadie los llamaba, sino al meollo de la cuestión europea, que no es otro que el regreso del nacionalismo y sus utopías de identidad nacional. Mis servicios me han dicho que usted vivió en los años setenta en Venezuela, pero supongo que su cultura sigue siendo europea. ¿Usted cree que Europa va a parte alguna con las reivindicaciones nacionalistas del País Vasco, de Cataluña, de un puñado de belgas y con todo ese desafuero de los países del Este? ¿Qué jugueteo es la broma esa de los serbios y los albanokosovares? A los españoles se les llena la boca cuando hablan de la Santa Transición a la democracia. Pues yo le digo, joven, que los inventores del “café para todos” han jurungado bien a España, quizás por los siglos venideros. Para resolver dos problemas no hay que crear diecisiete. ¿Y qué piensa usted, doctor, de la Rusia actual de mi ex camarada Putin? Pasó de dirigir la KGB a mandar en una suerte de Estado fascista al servicio de las mafias. Dice Hobsbawm que Putin ha logrado que los gánsters obedezcan al estado ruso, pero creo yo que están a la recíproca. El viejo historiador hace ver que los fundamentalismos afectan a todas las religiones, incluyendo el giro del catolicismo con los últimos Papas, o el de las comunidades protestantes de Estados Unidos. La consigna es ahora evangelizar a políticos y poderosos.
El Comandante pulsó un timbre y entró Carmiña con un yogurt natural desnatado y unas galletas maríafontaneda para Fidel. A mí me acercó una bandeja cubierta con un albo mantelillo de hilo, bordado al estilo de Camariñas, en donde reposaba una tacita de un buenísimo café y la consabida botella de agua mineral sin gas. El vaso para el agua era, bajo apuesta, de esos de cristal soplado de Mallorca.
− Usted ya ve caballero, resulta que tengo que ganar diez kilos de peso, cuando toda la vida mis médicos me recomendaban adelgazar. Para ello me quité de la vaina del cigarro habano y del roncito añejo. A propósito de cosas agradables, recuérdeme mañana que diga a mi gente que envíen a su Rey unas cajas de Cohibas y algo de ron. Me resulta mucho más fácil entenderme con el Rey que con los presidentes de gobierno que han tenido allá desde que murió Franco. Dejo aparte a Felipe, que es un tronco legal aunque metiera a España en la OTAN y en toda esa vaina del Mercado Común.
Este menda no quería mirar su reloj. Fidel no lo cargaba en su muñeca. La medida de nuestro tiempo era dada por uno de pared, cuyo carrillón anunciaba los cuartos, las medias y las horas completas. Cuando sonaron las seis de la tarde, crucé los dedos confiando en que al Comandante se le hubiera ido el santo al cielo marxista.
− Mire doctor, aunque ya pasó la hora convenida, vamos a seguir la charladera un ratico más. Europa se equivoca alineándose con el imperialismo norteamericano. En USA empieza a oler como cuando la caída del imperio romano. A podrido.
Y ahí me tienen ustedes diciéndole al derrocador de Batista que, siendo evidente que a lo largo de la Historia unos imperios suceden a otros, la caída de los gigantes lleva su tiempecito. Unos cuatro siglos en el caso de Roma.
− Olvida usted joven, que la Historia se acelera, que la globalización económica si bien es ahora capitalista, puede servir de caballo de Troya para, mutatis mutandis, expandir una economía socialista, planificada y centralizada. Recuerde, estimado doctor, que USA es el país con mayor deuda exterior desde que el mundo es mundo. Y ¿sabe usted jovencito quiénes tienen la mayoría de los bonos del tesoro USA? Pues Japón y China y el acreedor tiene guindado por las bolas al deudor. ¡Así va el dólar!
¡Ahí quería yo ver al que bajó de Sierra Maestra luciendo los soles de primavera! Le hice notar, con la corrección que me caracteriza desde que fui domesticado socialmente, que el gobierno chino está empeñado, desde hace muchos años, en una operación de abrir la economía a una especie de capitalismo de mercado, si bien manteniendo un severo control del sistema político comunista. Terminé por insinuar la posibilidad de ensayar en Cuba algo parecido, evitando así el merequeté de la antigua URSS.
Para aliviar el peso de asuntos tan enjundiosos le conté al abuelo Fidel que, en la Navidad española, la demanda china de nuestras casi extinguidas angulas hace estragos en los precios. Los chinos están dispuestos a comprarlas pagando un Perú, para echarlas en sus arrozales, donde se comen un parásito. Así salvan sus cosechas, y luego, esas angulas van y crecen y se convierten en anguilas. Entonces los chinos se las venden a los japoneses y hacen un negocio redondo. Mi cuento chino-japonés, real como la vida misma, relajó a Castro, pero poco.
− Aparte de que espero ver cómo termina el experimento chino, nuestro caso es bien diferente porque tenemos encima la sombra de la bota imperialista yanki y la gusanera de Miami ya se está repartiendo el pastel de mi isla. ¿Desea usted que vuelvan al Hotel Nacional los clanes mafiosos norteamericanos para que reconstruyan los prostíbulos y casinos de juego de la época de Batista?
Expresé al Comandante mi deseo de que los cubanos prosperen y encuentren a buenas su vía de libertad y convivencia. Me abstuve de comentar que en La Habana de hoy no habrá prostíbulos como los de antes, pero sí turismo sexual. Que está penado por una ley de dudoso cumplimiento. Porque lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Pero sí le hablé de la sangría de la emigración clandestina cubana, que actualmente se hace en barquitos que tocan tierra en Isla Mujeres, México, y luego, un pié tras otro, hasta USA.
En la cabeza tenía lo que Leonardo Padura me había dicho antier, tras la niebla de un espléndido Partagás en Le Parisien, el cabaret del hotel. Lo que más le preocupaba es que los hijos de su generación se están yendo de Cuba; que se van los mejores, los más inteligentes y los más preparados. “Dicen que son los hijos del cansancio histórico”, me repetía Padura con tristeza.
− No puedo impedir que una cuerda de vagos y maleantes se vaya a conspirar a Miami. España exportó, en los años cincuenta y sesenta, seis millones de nacionales. A Suiza, a Alemania, a Francia, a nuestra América. Y qué le voy a contar del exilio que provocó su guerra civil, que nutrió de intelectuales a las mejores universidades de América del Norte, Centro y Sur. No olvide usted que en Cuba no existe ni un solo caso de explotación laboral infantil, y que toda nuestra población está escolarizada con un nivel de educación que ya quisieran los gringos para sí. Le recuerdo que en todo el mundo hay decenas de millones de niños que son inhumanamente explotados, a veces como trabajadores de multinacionales occidentales.
¡Coño, el Comandante me lo había puesto a huevo! Pero eran las seis y media y quizás me jugaba la cháchara de mañana tarde, si le hacía ver que en España hubo un golpe de estado contra el gobierno constitucional y luego una larga dictadura, de derechas eso sí. Hubiera tenido que explicarle que no pienso elegir entre Stalin y Hitler. Que la falta de libertades engendra pobreza y emigración. Que de pequeño me negaba a contestar a la capciosa pregunta de si quería más a papá o a mamá. Digo yo si el Comandante se habrá cerciorado de que Adidas no contrate niños tailandeses o malayos.
Cambio de tercio y pregunto por su hermano Raúl.
− Raúl se está portando como un buen revolucionario. Gobierna como tiene que gobernar, y yo estoy informado de cuanto debo conocer y mando cuanto debo mandar. Y le digo más: el año que viene me vuelvo a presentar a las elecciones de mi Cuba. De mil amores. ¡Yo sí como candela!
Salí del casoplón por otros vericuetos y corredores y patios distintos de los que recorrí a la entrada, fuera por cuestiones de seguridad o de comodidad de los ayudantes civiles y militares que me acompañaban. Chófer y escolta me depositaron en el hotel. Me aticé una exquisita cena a base de pargo asado, salmonetes a la parrilla y un vino catalán que no era del Priorato, pero que se dejaba beber. Cenado me hube, me aposenté en un zaguán igualico al de mi llorada casería a escuchar la música en vivo del grupo Reflexión, cuyo bajista es un entusiasta de Móstoles. El ron de cada noche era un Portosanto de Baracoa elaborado en el 490 aniversario de la Ciudad Primada de Cuba.
Un día digo a una de las mulaticas que arreglaban las habitaciones, llamada Odalis, si puede ocuparse de la mía con cierta premura.
− ¡Cómo no mi vida! me contesta.
Como se pongan así estas chiquitas, ya de por sí un poco sateras, igual voy y me quedo en Cuba, me dije para mis adentros. ¡Ay yayayayay con Yleana, Yamil, Broselianda y Zulay!
Otra mañanita oí que las chicas cuchicheaban.
− Mira Roxana, ¿quién arregla hoy el cuarto de ese doctor tan limpico de la 804?
La encargada de la tienda de artesanía, mi prima Niurka Rojas, gastaba un habla melosa y precisa. Cuando compré una guayabera en su comercio, que en realidad no era suyo, sino del Estado cubano, habló de que no me veía como persona alcucera. Recordé que en Andalucía una alcuza es una aceitera. Aún hoy, por aquellas tierras y también por los campos extremeños se dice de alguien que es alcucero, no porque venda aceite en alcuzas, que de eso se encargan los carrefoures de turno, sino por ser persona cotilla o chismosa.
La doctora que lleva los servicios médicos del hotel me toma la tensión con mimo, después de regalarme veinte minuticos de charla. ¡Con razón me salía bien el examen cuasi diario! Me recomienda que no se me ocurra tomar agua mineral con gas. ¡No entiendo porqué ningún médico compatriota me ha advertido nunca de semejante cosa! Para irritaciones cutáneas me aconseja la doctora preparar una infusión con hojas de guayaba y con su torunda correspondiente secar la piel.
Me acuesto temprano. No estoy dispuesto a ver ningún canal de televisión en chino sea mandarín, tonquinés o de Nanking. Igual me da, que me da lo mismo.
Otro oficial, de mayor rango pero igual de bien plantado, me indicó amablemente que aguardara unos minutos a que el Comandante terminase de despachar no se qué vaina. Una mucama me sirvió con obsequiosidad un cafecito y un agua mineral sin gas. Concretamente Aqua Panna.
Muebles de época y Fortunys, Sorollas, Plas, Rusiñoles, Casas y esas cosas mediterráneas y luminosas colgaban de las paredes.
Siete minutos más tarde apareció un señor vestido de paisano que con suavidad vaticana me refrescó los términos convenidos para las entrevistas. Agradecí el recordatorio y también la confianza que demostraron al no cachearme. No pasé bajo ningún arco detector de metales. El paisano me explicó que el Comandante en Jefe había optado por recibirme en sus habitaciones privadas. A tal fin nos encaminamos a la otra punta de la mansión.
− Como ya usted sabe el Comandante continúa, satisfactoriamente eso sí, el proceso de recuperación de su incidente de salud y prefiere atenderle en su salita de estar.
De pronto, al pasar la decimonona puerta, atmósfera, mobiliario y decoración cambiaron de aire. Estaba entrando en una especie de casa burguesa de los años treinta, arreglada con muebles modernistas de firma. Me enamoré de una cómoda de madera de alcanforero que era una belleza.
Sentado que estuve en un sillón art-decó apareció un ama de llaves que resultó llamarse Carmiña y ser de Ourense. Carmiña no había perdido ni un matiz de su cerrado acento y me dijo con gracia que el Dr. Castro estaba terminando de acicalarse. Ofreciome otro cafecito, que rehusé por la cuestión de la tensión arterial, que a esas alturas tenía ya disparatada por el subidón de adrenalina.
En cinco minutos se me apareció Fidel en color azul purísima, embutido en chándal y deportivas marca Adidas.
− Bienvenido a casa joven. Tiene usted buenos amigos.
Saludé con llaneza y parquedad al anciano, extremadamente delgado, pálido y débil, pero ciertamente con sus pupilas como carboncillos encendidos. El ochentón estaba avellanado, pero no andaba con la barba por el suelo.
− Pregunte lo que guste. Cuento con su discreción. Gabo dice que escribe usted en buen castellano de allá y que no es periodista, cosa que se agradece.
Reconocí al Comandante su deferencia y dejé claro que no pensaba tomar notas de nuestra charla y que si, más adelante, decidía escribir un relato, le haría llegar el texto antes de darlo a leer a persona alguna. Me interesé por su convalecencia.
− Pues mire usted gallego, voy mejorcito. He ganado peso y fuerza, pero mentiría si no le dijera que esta vaina dura más de lo que yo esperaba y conviene al pueblo cubano.
Me hubiera gustado preguntarle por la autoría de la decisión de operar sus hemorragias intestinales mediante una laparoscopia, en lugar de abrirle la barriga de cabo a rabo. Me abstuve de indagar a quien se le ocurrió llamar, para la segunda intervención, a cirujanos españoles. Elegí desflorar la charla demandando al Jefe sobre sus pensamientos al encontrarse, lúcido, ante la muerte. Fidel puso esos morritos que utiliza cuando quiere decir una pillería y soltó:
− ¡Carajo con el amigo de Gabo! No creerá usted, caballero, que un viejo marxista se va a asustar por estirar la pata una vez cumplido con su deber de buen revolucionario. Además, recuerde usted doctor que estudié con los jesuitas…
Tenía la opción de intentar sacarle punta a esta anfibológica frase, pero a ello renuncié para evitar que se le fuera la sinhueso y me soltara un rollo ortodoxo sobre el paraíso del proletariado y demás zarandajas. Preferí preguntarle por sus relaciones con la Iglesia.
− Verá usted amigo Torres, yo respeto cualquier creencia pero, como responsable político, me preocupa lo que está pasando en Estados Unidos. El imperio, que está derrotado moralmente, retrocede hacia la religión, de manos de los neoconservadores. Ya usted sabe que ahora mismito hay más telepredicadores en las cadenas americanas que nunca jamás. Los republicanos están jodiendo al planeta y ni siquiera saben cómo salir de Irak o de Afganistán lo antes posible y sin perder la cara. Las elecciones parlamentarias ya las han perdido y también perderán las presidenciales. Pero el mal está hecho. La influencia de los “neocon” está dando alas por doquier a las fuerzas de la derecha para sostener que el estado estorba. Su alianza con los poderes religiosos intenta debilitar el racionalismo ilustrado. ¡Qué razón tenía san Carlos Marx cuando tildó a la religión de opio de los pueblos! Es el retorno de los brujos. Recomiendo a usted que lea el libro del mexicano Fernando Vallejo que se llama “La puta de Babilonia” o algo asina.
Dejé respirar al Comandante pues se estaba encendiendo por momentos, no fuera a darle un patatús antes de terminar yo con un trabajo que nadie me había impuesto y que no sabía muy bien en qué consistía.
Cambio el tercio y pregunto por Europa.
− Europa anda también medio jodida y no me refiero a Blair o al bajito del bigote, que ya están fuera del poder por sacar los pies de sus alforjas metiéndose donde nadie los llamaba, sino al meollo de la cuestión europea, que no es otro que el regreso del nacionalismo y sus utopías de identidad nacional. Mis servicios me han dicho que usted vivió en los años setenta en Venezuela, pero supongo que su cultura sigue siendo europea. ¿Usted cree que Europa va a parte alguna con las reivindicaciones nacionalistas del País Vasco, de Cataluña, de un puñado de belgas y con todo ese desafuero de los países del Este? ¿Qué jugueteo es la broma esa de los serbios y los albanokosovares? A los españoles se les llena la boca cuando hablan de la Santa Transición a la democracia. Pues yo le digo, joven, que los inventores del “café para todos” han jurungado bien a España, quizás por los siglos venideros. Para resolver dos problemas no hay que crear diecisiete. ¿Y qué piensa usted, doctor, de la Rusia actual de mi ex camarada Putin? Pasó de dirigir la KGB a mandar en una suerte de Estado fascista al servicio de las mafias. Dice Hobsbawm que Putin ha logrado que los gánsters obedezcan al estado ruso, pero creo yo que están a la recíproca. El viejo historiador hace ver que los fundamentalismos afectan a todas las religiones, incluyendo el giro del catolicismo con los últimos Papas, o el de las comunidades protestantes de Estados Unidos. La consigna es ahora evangelizar a políticos y poderosos.
El Comandante pulsó un timbre y entró Carmiña con un yogurt natural desnatado y unas galletas maríafontaneda para Fidel. A mí me acercó una bandeja cubierta con un albo mantelillo de hilo, bordado al estilo de Camariñas, en donde reposaba una tacita de un buenísimo café y la consabida botella de agua mineral sin gas. El vaso para el agua era, bajo apuesta, de esos de cristal soplado de Mallorca.
− Usted ya ve caballero, resulta que tengo que ganar diez kilos de peso, cuando toda la vida mis médicos me recomendaban adelgazar. Para ello me quité de la vaina del cigarro habano y del roncito añejo. A propósito de cosas agradables, recuérdeme mañana que diga a mi gente que envíen a su Rey unas cajas de Cohibas y algo de ron. Me resulta mucho más fácil entenderme con el Rey que con los presidentes de gobierno que han tenido allá desde que murió Franco. Dejo aparte a Felipe, que es un tronco legal aunque metiera a España en la OTAN y en toda esa vaina del Mercado Común.
Este menda no quería mirar su reloj. Fidel no lo cargaba en su muñeca. La medida de nuestro tiempo era dada por uno de pared, cuyo carrillón anunciaba los cuartos, las medias y las horas completas. Cuando sonaron las seis de la tarde, crucé los dedos confiando en que al Comandante se le hubiera ido el santo al cielo marxista.
− Mire doctor, aunque ya pasó la hora convenida, vamos a seguir la charladera un ratico más. Europa se equivoca alineándose con el imperialismo norteamericano. En USA empieza a oler como cuando la caída del imperio romano. A podrido.
Y ahí me tienen ustedes diciéndole al derrocador de Batista que, siendo evidente que a lo largo de la Historia unos imperios suceden a otros, la caída de los gigantes lleva su tiempecito. Unos cuatro siglos en el caso de Roma.
− Olvida usted joven, que la Historia se acelera, que la globalización económica si bien es ahora capitalista, puede servir de caballo de Troya para, mutatis mutandis, expandir una economía socialista, planificada y centralizada. Recuerde, estimado doctor, que USA es el país con mayor deuda exterior desde que el mundo es mundo. Y ¿sabe usted jovencito quiénes tienen la mayoría de los bonos del tesoro USA? Pues Japón y China y el acreedor tiene guindado por las bolas al deudor. ¡Así va el dólar!
¡Ahí quería yo ver al que bajó de Sierra Maestra luciendo los soles de primavera! Le hice notar, con la corrección que me caracteriza desde que fui domesticado socialmente, que el gobierno chino está empeñado, desde hace muchos años, en una operación de abrir la economía a una especie de capitalismo de mercado, si bien manteniendo un severo control del sistema político comunista. Terminé por insinuar la posibilidad de ensayar en Cuba algo parecido, evitando así el merequeté de la antigua URSS.
Para aliviar el peso de asuntos tan enjundiosos le conté al abuelo Fidel que, en la Navidad española, la demanda china de nuestras casi extinguidas angulas hace estragos en los precios. Los chinos están dispuestos a comprarlas pagando un Perú, para echarlas en sus arrozales, donde se comen un parásito. Así salvan sus cosechas, y luego, esas angulas van y crecen y se convierten en anguilas. Entonces los chinos se las venden a los japoneses y hacen un negocio redondo. Mi cuento chino-japonés, real como la vida misma, relajó a Castro, pero poco.
− Aparte de que espero ver cómo termina el experimento chino, nuestro caso es bien diferente porque tenemos encima la sombra de la bota imperialista yanki y la gusanera de Miami ya se está repartiendo el pastel de mi isla. ¿Desea usted que vuelvan al Hotel Nacional los clanes mafiosos norteamericanos para que reconstruyan los prostíbulos y casinos de juego de la época de Batista?
Expresé al Comandante mi deseo de que los cubanos prosperen y encuentren a buenas su vía de libertad y convivencia. Me abstuve de comentar que en La Habana de hoy no habrá prostíbulos como los de antes, pero sí turismo sexual. Que está penado por una ley de dudoso cumplimiento. Porque lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Pero sí le hablé de la sangría de la emigración clandestina cubana, que actualmente se hace en barquitos que tocan tierra en Isla Mujeres, México, y luego, un pié tras otro, hasta USA.
En la cabeza tenía lo que Leonardo Padura me había dicho antier, tras la niebla de un espléndido Partagás en Le Parisien, el cabaret del hotel. Lo que más le preocupaba es que los hijos de su generación se están yendo de Cuba; que se van los mejores, los más inteligentes y los más preparados. “Dicen que son los hijos del cansancio histórico”, me repetía Padura con tristeza.
− No puedo impedir que una cuerda de vagos y maleantes se vaya a conspirar a Miami. España exportó, en los años cincuenta y sesenta, seis millones de nacionales. A Suiza, a Alemania, a Francia, a nuestra América. Y qué le voy a contar del exilio que provocó su guerra civil, que nutrió de intelectuales a las mejores universidades de América del Norte, Centro y Sur. No olvide usted que en Cuba no existe ni un solo caso de explotación laboral infantil, y que toda nuestra población está escolarizada con un nivel de educación que ya quisieran los gringos para sí. Le recuerdo que en todo el mundo hay decenas de millones de niños que son inhumanamente explotados, a veces como trabajadores de multinacionales occidentales.
¡Coño, el Comandante me lo había puesto a huevo! Pero eran las seis y media y quizás me jugaba la cháchara de mañana tarde, si le hacía ver que en España hubo un golpe de estado contra el gobierno constitucional y luego una larga dictadura, de derechas eso sí. Hubiera tenido que explicarle que no pienso elegir entre Stalin y Hitler. Que la falta de libertades engendra pobreza y emigración. Que de pequeño me negaba a contestar a la capciosa pregunta de si quería más a papá o a mamá. Digo yo si el Comandante se habrá cerciorado de que Adidas no contrate niños tailandeses o malayos.
Cambio de tercio y pregunto por su hermano Raúl.
− Raúl se está portando como un buen revolucionario. Gobierna como tiene que gobernar, y yo estoy informado de cuanto debo conocer y mando cuanto debo mandar. Y le digo más: el año que viene me vuelvo a presentar a las elecciones de mi Cuba. De mil amores. ¡Yo sí como candela!
Obligado era quedar bien con mi amable y obcecado anfitrión de ochenta y muchos años y me salió del alma ofrecerle suspender nuestra charla hasta mañana. El viejo me miró como si yo fuera muy de casa.
− Abogado, que conste en acta que es usted quien levanta la reunión. Mañana le contaré una cosa bien sabrosa que no he revelado a nadie, ni siquiera a Raúl. Y menos a Oliver Stone o a Michael Moore. Pura Historia, y de la grande. Escuche amigo, quiero decir una última palabra sobre la emigración de los pobres para vender su mano de obra allá donde habitan los plutócratas. Por las claras diré que el colmo de los colmos es que ahora resulta que esa masa laboral que se desplaza se ha convertido en la piedra angular del crecimiento de la economía capitalista. Tome nota joven: la Western Union, la gran intermediaria gringa que monopoliza el negocio de las transferencias de las remesas de dinero de los emigrantes hacia sus familias y países de origen, tiene en todo el mundo cinco veces más sucursales que MacDonald’s, Starbucks, Burger King y Wal-Mart juntas. Los emigrantes, explotados vilmente hasta las cachas, envían a sus casas, todo ajuntado, más del triple del dinero total que los países ricos dedican a la mal llamada ayuda exterior.
El Comandante me tocó en el antebrazo con la clásica e higiénica palmadita caribeña y me aconsejó que subiera de atardecida al castillo de San Carlos a contemplar la ceremonia que rememora el cambio de guardia de cuando reinaba Carolo.
− Abogado, que conste en acta que es usted quien levanta la reunión. Mañana le contaré una cosa bien sabrosa que no he revelado a nadie, ni siquiera a Raúl. Y menos a Oliver Stone o a Michael Moore. Pura Historia, y de la grande. Escuche amigo, quiero decir una última palabra sobre la emigración de los pobres para vender su mano de obra allá donde habitan los plutócratas. Por las claras diré que el colmo de los colmos es que ahora resulta que esa masa laboral que se desplaza se ha convertido en la piedra angular del crecimiento de la economía capitalista. Tome nota joven: la Western Union, la gran intermediaria gringa que monopoliza el negocio de las transferencias de las remesas de dinero de los emigrantes hacia sus familias y países de origen, tiene en todo el mundo cinco veces más sucursales que MacDonald’s, Starbucks, Burger King y Wal-Mart juntas. Los emigrantes, explotados vilmente hasta las cachas, envían a sus casas, todo ajuntado, más del triple del dinero total que los países ricos dedican a la mal llamada ayuda exterior.
El Comandante me tocó en el antebrazo con la clásica e higiénica palmadita caribeña y me aconsejó que subiera de atardecida al castillo de San Carlos a contemplar la ceremonia que rememora el cambio de guardia de cuando reinaba Carolo.
Un día digo a una de las mulaticas que arreglaban las habitaciones, llamada Odalis, si puede ocuparse de la mía con cierta premura.
− ¡Cómo no mi vida! me contesta.
Como se pongan así estas chiquitas, ya de por sí un poco sateras, igual voy y me quedo en Cuba, me dije para mis adentros. ¡Ay yayayayay con Yleana, Yamil, Broselianda y Zulay!
Otra mañanita oí que las chicas cuchicheaban.
− Mira Roxana, ¿quién arregla hoy el cuarto de ese doctor tan limpico de la 804?
La encargada de la tienda de artesanía, mi prima Niurka Rojas, gastaba un habla melosa y precisa. Cuando compré una guayabera en su comercio, que en realidad no era suyo, sino del Estado cubano, habló de que no me veía como persona alcucera. Recordé que en Andalucía una alcuza es una aceitera. Aún hoy, por aquellas tierras y también por los campos extremeños se dice de alguien que es alcucero, no porque venda aceite en alcuzas, que de eso se encargan los carrefoures de turno, sino por ser persona cotilla o chismosa.
La doctora que lleva los servicios médicos del hotel me toma la tensión con mimo, después de regalarme veinte minuticos de charla. ¡Con razón me salía bien el examen cuasi diario! Me recomienda que no se me ocurra tomar agua mineral con gas. ¡No entiendo porqué ningún médico compatriota me ha advertido nunca de semejante cosa! Para irritaciones cutáneas me aconseja la doctora preparar una infusión con hojas de guayaba y con su torunda correspondiente secar la piel.
Me acuesto temprano. No estoy dispuesto a ver ningún canal de televisión en chino sea mandarín, tonquinés o de Nanking. Igual me da, que me da lo mismo.
(continuará...)
Cuánto echo de menos el cambio de guardia de cuando reinó Carolo, el mojito, el daiquiri y que me llamen "mi amor".
ResponderEliminarTodo el texto es una escena que ha cobrado vida. Bss.
te traigo un regalo, mi nueva novela EN CADA SURCO DE MI CUERPO, cuando este gratis te aviso, ahora cuesta 0.99, me ha encantado tu espacio lleno de colores. De Fidel no guardo recuerdo de ser un honor concoerlo, pero de mi Cuba, vaya, sabes lo bella que es! un abrazo, Jayja
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