(fotos Darren Ankenman)
¡Utilízame!
Nota del autor
Advierto a mis improbables lectores que esta historia autobiográfica es
auto-ficción y también pura realidad novelada
Primera parte
Mujer de espinas y miel, que tan dulcemente abrazas… ¿por qué te cuesta tantísimo ser abrazada por los brazos de alguien que sea más que un hombre-amigo? ¿Es acaso la carencia de amor en tu infancia la que te duele?
Antiguo rigor de madre seca, que no mece, que no estruja a la hija que marchó de casa, con los ojos de ver mundo, pero sin atesorar años de ternuras suficientes, que tan solo contaba con diecisiete. Más que rigor, la sequedad de la madre es una cadena. Una condena. Tampoco fue bien-amado, en la casa de aquella familia de entonces, aquel hombre-padre que susurraba a la niña: ¡un año más, aguanta un año más! La hermana se sumerge, sobrevive de sí misma, se torna invisible como hermana.
Y el padre-hombre murió sin mar, sin escritura propia, sin sueños, sin hija, huérfano de abrazos de tiernos brazos. Al hermano le sobra y basta la provincia.
La niña tiene ahora, en los tiempos modernos, algunos años más que cuando se asomó al mundo de afuera. Pero su cuerpo no ha cumplido años, al menos exteriores, de los que se ven con el tacto.
¡Quién fuera novio de una novia que oliera a ella, que oliera como ella! Olor perfecto, olor de niña. Olor de piel tostada por fuera y cruda por dentro ¡Piel de niña, sexo de niña, pechos blancos de tiesos pezones sin hollar!
Mujer-niña con permanente ceño fruncido, de perenne mueca de determinación en su boca que sabe virgen, de dedo en la barbilla que ausculta una improbable espinilla de antigua adolescente.
¡Tu mano, tu olor a limpio, tu distancia presente y presentida!
Voz que no llora, que te aleja, que no llama, que no viene. No eres mujer de ayer, ni de hoy, ni de mañana, que no estarás… ¡un mañana que siempre auguras peor, incierto, lleno de sufridas tareas, de cansancio!
Sin hijo, sin padre, sin amante, sólo amigo, amigos...paseos, cine, alguna charla con ellos, conmigo, que tachas tú de monólogo de mí, de ellos ¡No me dejas hablar! me dices… ¡Me has interrumpido! te oigo decirme.
Y tu venganza:
─ ¡Ya no te cuento aquello que te estaba contando cuando no me dejaste seguir hablando!
Tu cuerpo, tus rodillas, tus piernas sin falda… En la cama, no acierto a utilizarte, aunque así me lo pides, a mí, que apenas te tenido y siempre con el temor y la amenaza de perderte.
Eres de nunca. Ni de ayer, ni de hoy ni de ningún mañana, que no lo tendremos, no.
¡Quién fuera tu padre! ¡quién tu amante! ¡quién tu hijo! ¡quién tu casa, quién tu almohada!
Seria, fuerte, seca, preocupada. No temes al lunes, mas te agitas en la tarde del domingo ¡la semana que viene empieza lo peor, repites! ¡el mes que viene vence el contrato! ¡se ha despedido la chica que ayudaba en mi trabajo!
─ ¡De la mano, no, del brazo, y llevándote yo! ¡A tu casa, no! ¡Quiero aire, calle, calor! me ordenas.
─ ¡Ya no te cuento aquello que te estaba contando cuando no me dejaste seguir hablando!
Tu cuerpo, tus rodillas, tus piernas sin falda… En la cama, no acierto a utilizarte, aunque así me lo pides, a mí, que apenas te tenido y siempre con el temor y la amenaza de perderte.
Eres de nunca. Ni de ayer, ni de hoy ni de ningún mañana, que no lo tendremos, no.
¡Quién fuera tu padre! ¡quién tu amante! ¡quién tu hijo! ¡quién tu casa, quién tu almohada!
Seria, fuerte, seca, preocupada. No temes al lunes, mas te agitas en la tarde del domingo ¡la semana que viene empieza lo peor, repites! ¡el mes que viene vence el contrato! ¡se ha despedido la chica que ayudaba en mi trabajo!
─ ¡De la mano, no, del brazo, y llevándote yo! ¡A tu casa, no! ¡Quiero aire, calle, calor! me ordenas.
─ ¡No, no me gusta
dormir con otra persona! ¿Cuatro días de viaje? ¿Pasar yo cuatro días enteros
con alguien?
No me parece cortés aclarar a ella que a mí tampoco me gusta compartir lecho para dormir. Los amantes deben descansar cada uno en su guarida, para recuperar así su fuero íntimo, una vez que cesen las caricias y el intercambio de fluidos de amor, que debemos procurar se prolongue hasta la extenuación. Mi ofrecimiento, en contra de mis reglas y costumbres, era fruto de las circunstancias: estábamos en mi casa, eran las cinco de la madrugada, el juego amoroso nos había extenuado.
No me parece cortés aclarar a ella que a mí tampoco me gusta compartir lecho para dormir. Los amantes deben descansar cada uno en su guarida, para recuperar así su fuero íntimo, una vez que cesen las caricias y el intercambio de fluidos de amor, que debemos procurar se prolongue hasta la extenuación. Mi ofrecimiento, en contra de mis reglas y costumbres, era fruto de las circunstancias: estábamos en mi casa, eran las cinco de la madrugada, el juego amoroso nos había extenuado.
El asunto de la
duración mínima de cuatro días para fugarse de viaje, no es un capricho mío,
sino cálculo de precisión y experiencia. La diferencia entre huir de la gran
ciudad en el mismísimo momento en que lo hacen dos millones de abejas esclavas
o, por el contrario, desaparecer unas horas antes que el enjambre se ponga en
marcha, es diferencia cualitativa y no de cantidad. Calidad de vida.
Y lo mismo es predicable para la vuelta al redil. Ya sé que hay muchas servidumbres que nos atan al rebaño, pero…si una mujer de éxito profesional y libre de cadenas familiares no puede o no quiere saltarse, de tarde en tarde, su rutina y calendario… ¿no debería realizar ciertos ajustes en su programa de vida? Además, en los hoteles es lícito dormir cada uno en su habitación y nadie está obligado a pasar las veinticuatro de cada día con su amante o compañero de escapada, aunque ésta nos haya llevado a Vladivostok.
Y lo mismo es predicable para la vuelta al redil. Ya sé que hay muchas servidumbres que nos atan al rebaño, pero…si una mujer de éxito profesional y libre de cadenas familiares no puede o no quiere saltarse, de tarde en tarde, su rutina y calendario… ¿no debería realizar ciertos ajustes en su programa de vida? Además, en los hoteles es lícito dormir cada uno en su habitación y nadie está obligado a pasar las veinticuatro de cada día con su amante o compañero de escapada, aunque ésta nos haya llevado a Vladivostok.
Segunda parte
Tus dedos de niña, llenos de rayones de
bolígrafo, cuentan y cuentan sílabas para imposibles métricas de encorsetados
versos.
¡Quién fuera tu padre, tu hijo, tu escritor, tu poeta, un hombre para tu uso! ¡Tu cepillo eléctrico Oral B! ¡Quién te viera desnuda en mi balcón! ¡Quién aguantara tus quince segundos finales antes de venirte! ¡Tu erecto botón sagrado!
Tus patines, tus rodilleras para el parque, tu profesor brasileño, tu maestro de eso que no se aprende en un taller, tu Chueca, tu Malasaña, tu vecino, ese hombre que quiere casarse…Tu bebé, no. Tu hijo, sí. Tu amante, sí. Tu amigo ¡no sé! … ¡no sé!
Me dices:
─ Te llamo esta semana y nos tomamos un café.
Escribes para el taller de escritura: “plantar un tordo, un verraco”. No entiendo nada.
La niña tiene buena mano en la cocina. Abastece mi solitario frigorífico de Adán asilvestrado. Exquisitas verduras asadas, bien colmadas de berenjenas, esa hortaliza morada que me tiene enganchado. Calabacín no, que desprende un jugo que amarguea, dice ella. Su pollo asado, con sabia combinación de especias y hierbas, es un lujo para un gourmet en excedencia. ¡Su pasta blanca, bien rehogada con ajo y aceite de arbequina! La mujer de mi agosto de fuego castellano cocina suave y con gusto natural, sin darse importancia ni pote, como quien lava. Piensa en sus cosas. Es suficientemente culta y bella.
Si cenamos en un restaurante, se abstiene de leer la carta. Prefiere que pida yo, pero su mohín, que ya conozco, me insinúa que me equivoco. Cato el vino yo. Ella lo prueba…y su apostilla es certera. ¡Qué seria y graciosa es!
─ Estos días soy distinta, no vayas a creer. Luego…seré de otra manera, me dice.
─ Hoy he sido mala contigo. No puedo comprender que un vecino como tú compre en el Corte Inglés, a Isidoro Álvarez. ¡Algo estamos haciendo mal! añade.
Me llama en la noche:
─ No me gusta sentir que tú puedas hacerte dependiente de mí.
Como la tesis central de su inhabitual llamada se podía prestar a interpretaciones diferentes decidí resumirla en un sms, que envié a la diosa nada más colgar el teléfono y que rezaba así:
─ “Me llamas para decir/que no deseas sentir/que te presiona notar/que tú llegues a advertir/que sea dependiente yo/de lo que sienta por ti…Agárrame esa mosca por el rabo.”
La respuesta de ella se materializó en otro, sms inmediato, a vuelta de correo:
─ “Un monstruo tengo por amigo/que no desearía perderme/no quisiera ser ingrata/mas no quiero entretenerme/tampoco meter la pata.” Fdo. Marifé de Triana.
De vuelta a mi monástico retiro pienso en ella. Una mujer con el sexo húmedo me acerca a la memoria el recuerdo del olor especial que desprende un misterio no revelado a nadie, pleno de fascinación por su carácter hipnótico.
Ella ha reanimado en mí el deseo que se había adormilado en la costumbre. Una mujer con el coño ardiendo sin motivo atribuible a terceros, sin la intervención de persona o ser alguno, es capaz de subvertir el orden que yo había conseguido establecer a fuerza de años de retiro en mi cenobio urbano. Esta mujer me ha desequilibrado, me ha roto en añicos la capa exterior de mi aparente calma. ¡Qué disparate tan enorme!
He bailado boleros con tan sorprendente criatura en medio de la alta noche y en mitad de la puta calle: ¡nosotros, que fuimos tan sinceros…!
Estas líneas se mueven entre dos fuerzas antagónicas, que zarandean el lápiz que empuño sobre el papel.
La corriente hiperrealista trata de fijar los datos exteriores, lo que mi yo pesimista cree que ha sucedido y que la fatalidad me señala como definitivo. Lo que transcurrió con Ella, pasado está y no sucederá más.
La otra fuerza, la inversa, desea creer que existen resquicios para el futuro, y que su sexo se colará entre ellos para volver, encendido, al desnudo balcón.
La pulsión naturalista tira de mis piernas hacia abajo, hacia el centro de la tierra, a la busca de la quietud que proporciona una suerte de aburrida libertad interior. Ese jodido impulso de supervivencia lucha contra el otro caudal, especie de profunda, oscura y bellísima corriente de vida que me grita: ¡estúpido, nunca aprenderás nada, toma al vuelo lo que Ella te dé, agradece el regalo fugaz de su hermosura e ignora el futuro de dolor que te aguarda, te pongas como te pongas! ¿En nombre de qué necio tedio vital vas a renunciar a los ratos que Ella te quiera dedicar? ¿Acaso no te conoces aún? ¿Cuánto tiempo aguantas a quien te soporte a ratos? ¿Por qué elijes vivir y morir a solas, triste y libre? ¿No sería mejor perder la cabeza de una puta vez por todas y que pase lo que tenga que pasar?
El hombre que escribe hace un alto y pone en el papel: “no entiendo a ninguno de los dos hombres tercos que, dentro de ti, peleáis por nada. Me tenéis harto. ¿Acaso la chica ha pedido, prometido, insinuado algo? Atendedme ambos, que habitáis en un proyecto de anciano bipolar: no hay que elegir nada. Es ella quien no quiere futuro, enanos de mierda…”
¡Quién fuera tu padre, tu hijo, tu escritor, tu poeta, un hombre para tu uso! ¡Tu cepillo eléctrico Oral B! ¡Quién te viera desnuda en mi balcón! ¡Quién aguantara tus quince segundos finales antes de venirte! ¡Tu erecto botón sagrado!
Tus patines, tus rodilleras para el parque, tu profesor brasileño, tu maestro de eso que no se aprende en un taller, tu Chueca, tu Malasaña, tu vecino, ese hombre que quiere casarse…Tu bebé, no. Tu hijo, sí. Tu amante, sí. Tu amigo ¡no sé! … ¡no sé!
Me dices:
─ Te llamo esta semana y nos tomamos un café.
Escribes para el taller de escritura: “plantar un tordo, un verraco”. No entiendo nada.
La niña tiene buena mano en la cocina. Abastece mi solitario frigorífico de Adán asilvestrado. Exquisitas verduras asadas, bien colmadas de berenjenas, esa hortaliza morada que me tiene enganchado. Calabacín no, que desprende un jugo que amarguea, dice ella. Su pollo asado, con sabia combinación de especias y hierbas, es un lujo para un gourmet en excedencia. ¡Su pasta blanca, bien rehogada con ajo y aceite de arbequina! La mujer de mi agosto de fuego castellano cocina suave y con gusto natural, sin darse importancia ni pote, como quien lava. Piensa en sus cosas. Es suficientemente culta y bella.
Si cenamos en un restaurante, se abstiene de leer la carta. Prefiere que pida yo, pero su mohín, que ya conozco, me insinúa que me equivoco. Cato el vino yo. Ella lo prueba…y su apostilla es certera. ¡Qué seria y graciosa es!
─ Estos días soy distinta, no vayas a creer. Luego…seré de otra manera, me dice.
─ Hoy he sido mala contigo. No puedo comprender que un vecino como tú compre en el Corte Inglés, a Isidoro Álvarez. ¡Algo estamos haciendo mal! añade.
Me llama en la noche:
─ No me gusta sentir que tú puedas hacerte dependiente de mí.
Como la tesis central de su inhabitual llamada se podía prestar a interpretaciones diferentes decidí resumirla en un sms, que envié a la diosa nada más colgar el teléfono y que rezaba así:
─ “Me llamas para decir/que no deseas sentir/que te presiona notar/que tú llegues a advertir/que sea dependiente yo/de lo que sienta por ti…Agárrame esa mosca por el rabo.”
La respuesta de ella se materializó en otro, sms inmediato, a vuelta de correo:
─ “Un monstruo tengo por amigo/que no desearía perderme/no quisiera ser ingrata/mas no quiero entretenerme/tampoco meter la pata.” Fdo. Marifé de Triana.
De vuelta a mi monástico retiro pienso en ella. Una mujer con el sexo húmedo me acerca a la memoria el recuerdo del olor especial que desprende un misterio no revelado a nadie, pleno de fascinación por su carácter hipnótico.
Ella ha reanimado en mí el deseo que se había adormilado en la costumbre. Una mujer con el coño ardiendo sin motivo atribuible a terceros, sin la intervención de persona o ser alguno, es capaz de subvertir el orden que yo había conseguido establecer a fuerza de años de retiro en mi cenobio urbano. Esta mujer me ha desequilibrado, me ha roto en añicos la capa exterior de mi aparente calma. ¡Qué disparate tan enorme!
He bailado boleros con tan sorprendente criatura en medio de la alta noche y en mitad de la puta calle: ¡nosotros, que fuimos tan sinceros…!
Estas líneas se mueven entre dos fuerzas antagónicas, que zarandean el lápiz que empuño sobre el papel.
La corriente hiperrealista trata de fijar los datos exteriores, lo que mi yo pesimista cree que ha sucedido y que la fatalidad me señala como definitivo. Lo que transcurrió con Ella, pasado está y no sucederá más.
La otra fuerza, la inversa, desea creer que existen resquicios para el futuro, y que su sexo se colará entre ellos para volver, encendido, al desnudo balcón.
La pulsión naturalista tira de mis piernas hacia abajo, hacia el centro de la tierra, a la busca de la quietud que proporciona una suerte de aburrida libertad interior. Ese jodido impulso de supervivencia lucha contra el otro caudal, especie de profunda, oscura y bellísima corriente de vida que me grita: ¡estúpido, nunca aprenderás nada, toma al vuelo lo que Ella te dé, agradece el regalo fugaz de su hermosura e ignora el futuro de dolor que te aguarda, te pongas como te pongas! ¿En nombre de qué necio tedio vital vas a renunciar a los ratos que Ella te quiera dedicar? ¿Acaso no te conoces aún? ¿Cuánto tiempo aguantas a quien te soporte a ratos? ¿Por qué elijes vivir y morir a solas, triste y libre? ¿No sería mejor perder la cabeza de una puta vez por todas y que pase lo que tenga que pasar?
El hombre que escribe hace un alto y pone en el papel: “no entiendo a ninguno de los dos hombres tercos que, dentro de ti, peleáis por nada. Me tenéis harto. ¿Acaso la chica ha pedido, prometido, insinuado algo? Atendedme ambos, que habitáis en un proyecto de anciano bipolar: no hay que elegir nada. Es ella quien no quiere futuro, enanos de mierda…”