domingo, 29 de abril de 2012

Mi padre muerto


(de izquierda a derecha: mi hermana mayor, mi padre, tía Pepita y
un servidor con niky de rayas)


Pocos días antes de su muerte, mi padre recibió la extre­maunción.

Terminado el rito sacramental, tuve ocasión de que­darme a solas con él en la habitación de la Clínica Nuestra Se­ñora del Mar, en donde murió. Le pregunté por su impresión al recibir los óleos y me dijo literalmente: “emotivo pero no grato”. Contundente y en buen castellano.

Lamento ahora no haber tenido ocasiones para haber charlado tranquilamente con mi padre de lo divino y de lo humano. En los años en que a él le tocó ser padre y a mí ser hijo las distancias eran tales que hacían prácticamente imposible una comunicación franca y menos de tú a tú.

También echo de menos que no nos haya dejado escritas sus experiencias, por ejemplo, en tiempos de la guerra civil española. Nunca quiso hablar de ella. Carmen Laforet y Josefina Aldecoa, no mucho antes de morir, publicaron re­membranzas de ciertas etapas de sus vidas, niñez incluida. Tengo sus libros en la cola de espera, así como el más reciente de los hermanos Esther y Óscar Tusquets.

Todavía me afecta hoy hacer memoria de los juicios de intención que hizo “mon père” sobre mis propósitos en la vida, cuando le comuniqué, recién terminada mi licenciatura con Premio Extraordinario, que no deseaba preparar oposiciones. La conversación terminó abruptamente.

Todavía no había cumplido yo la mayoría de edad, que en aquel entonces se alcanzaba a los veintiún años. Y eso los hombres, que las mujeres habían de esperar hasta los veinticinco. ¡Qué disparate!

Mi yo de entonces no quería criar culo sentado en un cuarto de estudio memorizando temas de Derecho. Yo deseaba ganarme ya la vida, ligar con mozas y hacer cine. Satisfice, a mi modo, las tres vocaciones. Y fui libre unos cuantos años.


¡Lástima no conocer enton­ces el Tao! Hubiera procurado explicarle a mi padre que “intentar contro­lar el futuro es como usurpar el lugar del maestro carpintero. Al usar sus herramientas, lo más probable es que te cortes la mano”. Lo digo porque mi padre era Abogado del Estado y pensaba que tal desempeño era lo mejor y más seguro. ¡Qué coñazo!

Hoy, desde las lluvias de un abril cálido y de nuevo libre, me gustaría estar con mi padre para, sin palabras, decirle que le quise mucho. Aunque no me gustara su manera de ser con mi madre ni de pensar respecto de mí.


Y pasar con el padre una sobretarde en el zaguán de “Los Cipreses”, la finca familiar de la vega de Granada, que ya no es de labor ni de la familia. Sin habla ni parla miraríamos juntos la puesta del sol por encima de la línea del cielo de Maracena.

Ya lo dijo el poeta japonés:
“Con quien no habla
cuanto tiene en mente
paso una agradable velada.”



jueves, 19 de abril de 2012

En Dubrovnik con mis colegas y otros bichos II



Segunda parte

Anoche, de vuelta en el hotel, un enorme y viejo velero de dos palos y casco de madera estaba fondeado frente a mi habitación. No había luz en cubierta, ni música ni champagne, ni mujeres en paños menores encaramadas a las cofas de los airosos mástiles.

Esta mañana abro el ojo y busco el bello velero. Zarpado había ya…y ¡no eran ni tan siquiera las ocho de la hora solar!

Si los ricos y famosos que navegan a bordo glamourosos yates por los mares adriáticos se acuestan cual chachalacas y se levantan a la hora del campesinado, ¿para qué coños quieren ser ricos y famosos?

Los ricos, para cumplir con su función social, deben ser holgazanes, lujuriosos y pantagruélicos. Así dilapidarían en horas veinticuatro sus caudales, y algo llegaría a los infelices mortales que viajan enlatados en líneas aéreas de bajo coste.

La chica de Estonia coloca su ordenador personal a medio palmo de sus bálticas narices. Yo hago fotos al mar y a Dubrovnik con mi pequeña cámara compacta, así llamada sin que yo sepa la razón. Mi compadre croata es un monstruo de la palabra. Sabe todas las lenguas. “Idiomas y talentos” decían antes los rótulos de las carnicerías que vendían lenguas de reses y sesos de corderos. Se me hace raro escuchar a Mario Moreno Cantinflas disertar sobre las normas internacionales de contabilidad. ¡Qué discurso habría hecho el manito original, no más!

Comparto mesa y buffet con los colegas turco y albanés. Los alimentos, bien gracias. La conversación genial. Ellos en inglés y yo en francés. ¿Fingíamos entendernos o lo hacíamos realmente por intercesión del Espíritu Santo?

 

Mi colega Ulla, de Suecia, me pregunta, atenta y curiosa, sobre lo que escribo en mi block con tanta unción. Le digo que preparo una importante reunión para el lunes, a mi regreso a Madrid, cuando la pura verdad es que tomo notas para mis blogs y para vosotras, mis improbables lectoras. La mujer francesa, de apellido Obolensky y de familia rusa blanca, se ha escaqueado de la reunión de la mañana. Acabo de pillarla sudorosa y contenta, con compritas y paquetitos repletos de souvenirs. Todos amamos las pellas, pero algunos las practicamos con más arte que otros. ¡Vamos que, si yo me fumo una reunión, ni Dios es Cristo se entera  de que estoy dándole a mi tarjeta de crédito, que en mi caso es más bien de débito!

María, la austriaca, se lesionó una rodilla en la excursión adriática náutica que yo rehusé. Mientras tanto, un servidor se trajinó a fondo las callejas y plazuelas de Dubrovnik, por el lado soleado de cada rúa. Me topé con varias bodas en iglesias católicas. Curas y monjas, apostados en las escalinatas, recibían a los novios, siempre engalanados con trajes regionales. En cuanto te descuidas entonan canciones con laúdes, mandolinas, bandurrias y acordeones. Cantan y beben, y me convidan a vino resinoso al paladar.

¡Ah! Los cuatro casinos que hay en Croacia son de los hermanos Franco, gallegos ellos. Y el director del casino del hotel Excelsior en Dubrovnik es de Murcia. Se come bien por allá, por Croacia. Verdura, ensaladas, pescado y pasta. También en Murcia se come rico.

Me regaña un artesano local. Vende joyas de azabache. También prendas con granatitas. En su tiendecita, reparo en una vitrina con monedas antiguas de la república de Dubrovnik. Preguntado por ellas, el dueño se puso muy digno y me dijo que hay cosas que no se venden, que llevaban seis generaciones en su familia y que había hecho prometer a su hijo que jamás las vendería. ¡Qué bronca! Yo sólo quería un recuerdo numismático y, por ende, comparto con el colérico vendedor su creencia de que el cariño verdadero ni se compra ni se vende. Ingenuo que es uno.

De nuevo en casa, en la dura estepa castellana, certifico que los pájaros de mi calle son más pequeños que los croatas. ¡Mis colegas creían que las aves dálmatas eran golondrinas! ¡si serán pendejos! Menudos y con la pluma parda, ¡eran como gorriones porque se trataba de gorriones dálmatas, que también son criaturitas de los cielos!

viernes, 13 de abril de 2012

En Dubrovnik con mis colegas y otros bichos


(autorretrato)

Mi lumbago y yo viajamos a Croacia. En el hotel de Dubrovnik pregunto por la sala de reuniones. Me atiende una croata maravillosamente guapa. Por la terraza que da al mar pasea otra damisela preciosa. Hoy puede ser un gran día, ¡duro con él! Asisto a una reunión del Comité Ejecutivo de la Federación de Coolhunters y Trendsetters de la Unión Europea.

Mr. Gally (Reino Unido) lleva la libreta Moleskine -un taccuino legendario- que yo intenté comprar en Vinçon, en modelo equivocado. En vez del ruled notebook me llevé el japanesse pocket album. Entra en juego una traductora que habla francés peor que yo: vamos, que no se entiende un carajo.

En la habitación han dejado como regalito un Penkala, Budapest. Es el “lápiz mecánico” más antiguo del mundo (1911). Es precioso, pero no acierto a comprender su mecanismo que, por otra parte, parece escueto. Me dediqué a las letras porque soy incapaz de desentrañar el mecanismo de un chupete.

Navegan barquitos para turistas. De cascos elegantes, de madera, achatados, viejos.

M. Guido (Bélgica) no sabe hacer funcionar el micro. Que no le funciona el aparato, aunque me esté mal el decirlo. Sólo hay uno por banda. Y la mesa es enorme. Toma la palabra Mario Moreno Cantinflas, de Chipre.

La isla de enfrente está cubierta de cipreses, pinos, olivos e higueras. De genistas que estallan de amarillo. Y de lentiscales.

Observo a mis colegas y a otros animales presentes en la sala. El polaco: Jerry Lewis; la francesa: la gorda dormita; el irlandés: un peso pesado, la gran esperanza blanca; el islandés: se quita los zapatos y encima le pago el taxi, ¡vaya jeta Querejeta!; al danés le ha dado “un aire”, se ha quedado horas con el brazo levantado y un boli en la mano, no para pedir la palabra: es un aire, lo juro.

Ya es mañana, y hoy va de trabajo con los países asociados a la Unión Europea. Albania, Bulgaria, Rusia y otros. Rumania también. Mi colega rumano ha viajado once horas seguidas en bus. Supongo que el vehículo tendría retrete. Es “clavaíto” a Ceaucescu, espero que en lo físico solamente. La chica búlgara tiene rasgos orientales y es estática como la Preysler.

Hace bochorno, tal vez para compensar el frío que pasé anoche durante la cena en una terraza abierta al mar Adriático. Las voces de los cantores croatas eran preciosas, bien timbradas y con tonos que se doblaban y superponían.

He advertido a la asociación croata que me borre del programa náutico de mañana sábado. El “jodío” lumbago me dejará en tierra. No pienso mandar a mi espalda a luchar contra los elementos.

Trust and credibility. Todos los países presumimos de códigos de buenas prácticas, precisas legislaciones antiblanqueo y contra la competencia desleal, de severas leyes y lindos códigos de buen gobierno, ¡qué bonita es Barcelona, perla del Mediterráneo!, ¡los pajaritos cantan y las nubes se levantan!

Independencia. Professional ethics. Mercados libres autorregulados por una sana competencia, ¡viva España!, ¡transparency!
Todo puro cuento.



miércoles, 4 de abril de 2012

Ofensa en el sueño


(foto tomada por el autor)

La ofensa que me has hecho
en el sueño, me sigue echando sombra
-como una nube estacionada-
en el día, sin fin.

(Juan Ramón Jiménez)