Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899, Ginebra, 14 de junio de 1986)
Con cierta desgana, leo en “El bandido” de Robert Walser -Siruela, 2004- que «el bandido era en el fondo un hombre de principios, pensaba de vez en cuando en cómo organizarse, esto es, en la manera de adaptarse, mal que bien, al orden de la sociedad».
Los bandidos son tiernos. A diferencia de nosotros los burgueses, que a menudo soñamos con la gran explosión del orden que nos constriñe, ellos anhelan ser queridos por la sociedad e invitados a los programas "à l´eau de rose" de la tele.
¿Quién es el guapo que se atreve a ordenar en su testamento que se inscriba este epitafio en su tumba?: «No creo nada. No temo nada. Soy libre».
¿Cumplirían nuestras queridas familias con nuestra última voluntad?
Antes al contrario, el bandido-tipo desea una lápida con inscripción de este tenor: «Que Dios me perdone».
En Ginebra, en el precioso cementerio llamado " Plainpalais", en la tumba de Borges está tallada, en sajón antiguo, la siguiente inscripción: «No tengo miedo», es decir, «And ne forthdan nâ».
La verdadera libertad es la del misántropo, sobre todo si está muerto. Quede claro.