martes, 26 de octubre de 2010

¡AL SOL DE LA BELLEZA! ¡LA PRIMAVERA! XV


( foto tomada por el autor )

( capítulo decimoquinto y final )

Yo participé en la fundación de la revista “Cuadernos para el diálogo”. Me gasté las veinticinco mil pesetas que tenía en una libreta de ahorro abierta en la Agencia Urbana nº 1 del Banco de Santander, en Claudio Coello esquina Goya. Guardo las acciones como recuerdo, pues aquella aventura se fue a pique, justamente una vez que nuestro sistema democrático estuvo implantado. Fue una bella contienda, mientras duró.

Ahora sé que la democracia cristiana es retrógrada. Pero aquel grupo no lo era. Quería un régimen de libertades para España. Y sabíamos que el catolicismo oficial de la Iglesia jerárquica estaba sosteniendo a la ideología reaccionaria dominante. La oposición a Franco tuvo cuatro frentes: los estudiantes universitarios(a partir del año 56), los intelectuales (pocos y mal avenidos), la organización llamada Comisiones Obreras y unos cuantos curas sueltos.

Ada y yo dejamos de vernos y de saber uno del otro durante largos años. Ella se fue a América y otros continentes y yo a mi mundo de ficción. He escogido una vida de transgresiones moderadas, de emociones medidas y necesidades controladas. No siempre lo consigo pero... “estoy en ello”. Nunca dejé de pensar en ella un solo día. Tal y como el “Ciudadano Kane” respecto de una chica que, un día cualquiera, vio fugazmente pasar en un tranvía.

Ahora es tarde para todo porque no queda tiempo para nada. Ni siquiera para seguir con esta historia, que empezó en primavera y me deja un regusto a grosellas y hongos de otoño.

La dulce tarde ha llegado a su fin. La aurora aclara el segundo día de mi otoño. Ninguna primavea, ningún otoño remedian nada. Ada ha vuelto al jardín de los dioses que nunca dejó del todo, pues apenas se mezcló con nosotros, los mortales. Desde que se fue no quedan flores en la tierra. Todas están junto a Ada, que regresó al origen.

Noto que la edad apresura mis gustos y mis disgustos. Me queda menos tiempo de tener paciencia, y las personas, la mayoría, no me procuran materia de esperanza. Me refugio en mi escritura, que busca exactitud y economía. Pocas palabras para pocos lectores. Se precisan pacientes lectores que lean con sosiego.

Con la calma que yo perdí, rota en pedacitos, el día en que Ada me llamó desde la isla de La Reunión. En aquel entonces Ada era conservadora jefe de un enorme parque natural. Llamaba para invitarme a conocer su paraíso perdido y, de camino, para que asistiera a su boda, allí mismito, con mi rival francés.

Entre ruidos e interferencias grité a Ada: «recuerda que nunca es necesario decir que sí». Añadí: «¿y yo»? Ada respondió: «ya eres mayorcito y sabrás arreglártelas».

Ada había inventado un sistema para crear una capa de estructura vegetal encima de la tierra que está debajo del bosque. Se siembra soja que no se recoge y se deja pudrir. El invento ahorra plagas y el petróleo que mueve la maquinaria pesada. Luego la selva crece sin hongos ni otras calamidades, sobre la capa de las matas de soja podridas.

Resulta que mi vida había permanecido en el filo de una navaja biotecnológica. Y que había caído del lado tonto. Comprendí que los malos tiempos no habían hecho más que empezar.

FIN

Tu étais trop jolie, trop jolie
Mon amour
Ton rire était trop frais
Et ton corps trop parfait
Tu aimais tant la vie, tant la vie…
... Tu étais trop jolie pour moi mon amour


Tu étais trop jolie, trop jolie
Mon amour
Tu étais une enfant
Vivant intensément
Moi je n’ai pas compris, pas compris…

… Tu étais trop jolie pour vivre mon amour (Aznavour 1959)

martes, 19 de octubre de 2010

¡AL SOL DE LA BELLEZA! ¡LA PRIMAVERA! XIV



( capítulo decimocuarto )

Becaud, Brassens, de un lado. De otro, Modugno, la Vanoni, la Zanicchi, Milva, Mina. Más abajo Richard Anthony. Marie Laforet, Sylvie Vartan y France Gall eran más de ver que de oír. Igual que la Hardy. Para las tardes lluviosas frente a la chimenea de la casita de Brunete. A Ada le gustaban Dylan y Joan Baez, incluso el plasta de Leonard Cohen. A mí, el rock and roll de Bill Haley y sus cometas. La relación de Antonio Ron con Ada era curiosa. Por un lado, como todos nosotros, estaba loco por sus huesos. Por otro, celoso de mi cuelgue por ella. Son sentimientos ambivalentes, normales entre amigos, aunque no fuéramos ninguno “confusos sexuales”.

El Ron no tenía nunca un duro. Literalmente. Su trabajo en el Instituto Nacional de Previsión daba para mal comer su familia y él. Le vi fumar colillas de cigarrillos ya fumados, que arramblaba de los ceniceros de cualquier casa o bar. Salía a la calle, y yo con él de lazarillo, a buscar una moneda caída en el suelo. Antonio Ron conocía mucho a un ginecólogo progre, el doctor Hernández, quien nos proveía de recetas de píldoras cuando alguno del grupo se ennoviaba. Con extranjeras, claro. Salvo Ada, que fue una de las primeras españolas de clase burguesa usuaria de la primera generación de aquel invento químico que, a no tanto tardar, trajo la revolución sexual a Europa, primero, y después a la España tardofranquista.

En las farmacias del barrio no despachaban ni preservativos. Y encima se permitían regañarte en voz alta, para avergonzar así al lúbrico adolescente que pretendía cumplir con su instinto, que no es tanto el de reproducirse sino el de jugar y gozar con el único deporte que no tiene reglamento. Mi generación ha sufrido no sólo la mutilación de sus derechos políticos y culturales sino la enorme represión del instinto más elemental y divertido. ¿Quién restituirá lo que nos hurtaron? ¡Que me devuelvan el dinero de mi entrada!



Es evidente que Ada no se afilió al clandestino PCE, partido comunista de España, porque el Ron acababa de dejarlo. Detenido en las redadas del año 56, Antonio se fue alejando del partido. El estalinismo no casaba con su natural asilvestrado. En la cárcel de Carabanchel el partido obligaba a distribuir los paquetes de ropa y comida que las familias hacían llegar a los presos políticos. En la navidad del año 57 la “señá” Antonia, abuela del Ron, le mandó a su nieto un jersey de cuello vuelto hecho con sus manos asarmentadas. El Ron se negó a la redistribución de los caramelos y chocolate que lo acompañaban. Así empezó su disidencia ideológica. Tiempo después, Antonio me dijo que no le gustaban los dulces, pero que se los había comprado su abuela “quitándose el pan de su boca” y que el cariño verdadero ni se compra ni se reparte con camaradas.

Ada coqueteó con el partido, pero... ni ellos confiaban en ella ni ella lo tenía claro. El Ron la decidió con su ejemplo. Al final de la carrera, Ada optó por ayudar a los comunistas, pero eso sí, desde su irreductible independencia de criterio.

jueves, 14 de octubre de 2010

¡AL SOL DE LA BELLEZA! ¡LA PRIMAVERA! XIII


( Boticelli )

( decimotercer capítulo  )

Ada ha hecho de todo, siempre bien y sin despeinarse. Bufete profesional, enseñanza universitaria, “banca ética” dedicada a la financiación de energías renovables, microcréditos, apoyo a grupos de riesgo. Otra clase de banca, pues, también en América. Durante dos o tres años dirigió equipos multidisciplinares para estudiar el deterioro de las grandes forestas amazónicas y borneanas. Tiempo después, Ada fue nombrada conservadora jefe de un inmenso parque natural en la isla de La Reunión. Una llamada suya desde aquel paraíso perdido hizo añicos mi precario equilibrio interior. Ya contaré, si puedo, qué me dijo aquel infausto día la sacerdotisa Ada Afrodita.

La diosa sigue en el Olimpo. Nunca ha sido políticamente correcta. Se ha gastado lo que ha ganado en hacer lo que ha querido. Ha sembrado bien y paz. Ayuda sin entregarse. Los hombres dejaron de interesarla, salvo como personas. Tachada de poco práctica, me dijo un día “¡Quiá! nací herida de realidad y en busca de realidad sigo”. Usó palabras de Paul Celan, uno de sus poetas favoritos. Yo advertía en ella un modo exacto de estar en el mundo.

Amor no es voluntad, sino destino
de violenta pasión y fe con ella;
elección nos parece y es estrella
que sólo alumbra el propio desatino.

¿Dónde iré a parar si se apaga luz tan clara? ¿Quién me sacará de los rastrojos? ¿Qué me respondería el conde de Villamediana?

La vanidad es yuyo malo, que envenena toda huerta. Ada se sabe superior pero actúa como si no lo fuera. No es humilde, actitud que se refiere al reconocimiento de la propia inferioridad, sino sensible y compasiva. Casi siempre... A mí la injusticia me da unas veces tristeza y otras rebeldía. Ella simplemente se subleva.

Ada también sabe ser injusta. Alguna bronca me gané sin creer yo merecerla. Era cuestión de sensibilidades, de finos desajustes. Si yo no notaba que algo mío la hería, ella no disculpaba mi torpeza. A veces pienso que me podía considerar un privilegiado, porque a los demás todo perdonaba. A mí no me pasaba ni una. Yo sufría, sin que mermara ni una brizna mi embobamiento por Ada. Las diosas también pueden ser arbitrarias. La arbitrariedad confirma su mando. También pudiera ser que una regañina inmerecida de Ada significara que antes me había perdonado varias de las justificadas. Mas yo me sentía como cachorro que no recuerda por qué su ama le atiza con el periódico en el morro.

lunes, 11 de octubre de 2010

¡AL SOL DE LA BELLEZA! ¡LA PRIMAVERA! XII


( capítulo duodécimo )

Me dediqué a otros aprendizajes. Antonio Ron, mi amigo comunista, volvióse inseparable compañero. Impecune, divertido y culto, padecía de “pájaras negras” según su autodiagnóstico. Hoy diríase que tenía tendencias depresivas. Siempre conmigo, incluyendo guateques y visitas a “los salones bien” de Madrid. Era brillante si estaba de buen humor. Si estaba “down”, podía ser corrosivo y destructivo. Por contra, mi sangre latía a toda pastilla y yo estaba vivo hasta durmiendo. Dado que para mí era evidente que el universo, ya sea en expansión o en contracción, tiende al caos, cuando éste se aproximaba, yo buscaba a Ada, porque ella era la última línea defensiva.


Si el Ron se ponía depresivo nos largábamos los tres al pueblo de Brunete, y, en Casa Campa, nos metíamos para el cuerpo sendas perdices estofadas y una arroba de vino tinto manchego con sifón. Luego pasábamos la tarde en la finca de mon père. Chimenea si invierno, piscina si verano.

Por entonces andaba yo en un Mini Morris 1275 cc. ¡Qué digo andaba, volaba! El Ron y yo, cuando se terciaba y teníamos efectivo, nos largábamos al Mar Menor, a jugar al póker en la fonda Neptuno de mi amigo Inocencio, entonces “compadre” del alma. Pagué la última letra del coche cuando terminé Derecho para ingresar en la Escuela de Cine. Al revés: acabé la carrera cuando pagué la última letra. Y cumplí con el obligatorio servicio militar. ¡Qué inútil desperdicio de tiempo!


Ada y yo obtuvimos el premio extraordinario de licenciatura o de fin de carrera o como se llamara o llamase. El de ella, en la rama de Derecho Público. El mío, en la del Derecho Privado. Sin hacer alharacas. Nos entrevistaron en los diarios “Arriba”, de color azul falangista y “Ya”, amarillo Vaticano. Conservo la foto de ambos periódicos. En la de Ada añadí, para mi álbum, este pié:


“…inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece…”

¿De quién tomé los versos? ¿De Fray Luis de León, quizás?


Sigo en el mundo del cine, ahora más bien en el de la TV. Un crítico más mejor que los demás escribió un día sobre mi obra: “…su cine es literario y su literatura, cinematográfica, pues no consigue separar ambos géneros”. ¡Qué cabrón! ¡Vaya manera de afinar! Mi literatura... Sí, también escribo. Guiones para series de televisión. Guiones nutricios, que me permiten seguir viviendo en mi barrio de nacencia. Alguna colaboración para Prisa, donde piensan que soy un ácrata de salón. Un señorito desclasado, pero señorito a la postre. ¡Qué “quedrán”! que dicen en Granada.

miércoles, 6 de octubre de 2010

¡AL SOL DE LA BELLEZA! ¡LA PRIMAVERA! XI


(cápitulo undécimo)

Ada era utópica y acrónica. Las mujeres niñas o las niñas mujeres de mi vida de entonces pertenecían a su época y estaban en su lugar, incluso si se encontraban desplazadas de su origen o raíces. Ada era astro de otro mundo y su tiempo y espacios eran eternos, no como los nuestros, que marcaban nuestro hablar, nuestros movimientos y sobre todo nuestros pequeños miedos y tabúes diarios.

Tan es así que todos la queríamos pero ninguno supo entenderla del todo, ni amarla lo suficiente. Ni estar a su altura. Pienso, sencillamente, que me aproximé mucho. Pero... no lo suficiente. Aunque... ¿alguien conoce cómo se debe querer a una diosa? ¿Existen modo y manera?

Anduve trochas y carriles, sin ella, yo solito. Mas, pero, aunque, sin embargo, leímos juntos, en voz alta, a Gore Vidal, a Kerouac, a Rimbaud, a Mallarmé, a Verlaine. A Allen Ginsberg. También “Bonjour tristesse” de la Sagan. Malditos todos ellos. Escuchábamos a Zitarrosa, a Cafrune, a Cabral. También a Los Chalchaleros, a Falú. Nos gustaba ir al Jazz de la calle Villamagna. Tete Mon-toliú. Pedro Iturralde. Hoy no queda jazz en el barrio, que yo sepa. Jaime Marques, el brasileiro del jazz de Diego de León, llegó a ser amigo nuestro. Entendía la música como un sacerdocio. Yo militaba en la iglesia de Clara. En un viaje a París me iluminó una sesión de jazz con Chet Baker. Dejaba su trompeta y cantaba a nuestro oído: “…hoy estoy casi melancólico…”.



Ada seguía estudiando con método y natural facilidad. Yo empecé a perder interés por el Derecho. El Derecho público, administrativo y fiscal sobre todo, es sencillamente horroroso. Sólo el Derecho civil me gustaba y eso quizás porque está en desuso. ¿Alguien con mediana sensibilidad puede sostener que el derecho fiscal, o el laboral son verdaderamente “Derecho” con mayúsculas? ¿Dónde quedan los viejos principios romanos: “Vivir honradamente, no perjudicar al prójimo y dar a cada cual lo suyo”?

A partir de tercer curso mi único interés por la carrera era terminar cuanto antes. Y así lo hice. Ada seguía con su trantrán, una matrícula tras otra. Estudiaba todas las tardes, salía todas las noches. Dormía en dos tranchas: seis horas en la noche, dos en la siesta. Dejé de ir a clase y me matriculé, como alumno libre, de 4º y 5º cursos juntamente.

lunes, 4 de octubre de 2010

¡AL SOL DE LA BELLEZA! ¡LA PRIMAVERA! X


( Capítulo X )

( foto Christian Coigny )


Lo de Catherine fueron dos años de “amour fou”, que me curtieron cuerpo y alma. No soy capaz de desvelar aquí el modo, la manera y el por qué se extinguió aquel volcán. Lo tengo escrito en relato que guardo bajo siete llaves en el alma, dentro de mi almario.

Mujer pasión, Catherine, era más vulnerable de lo que ella y yo creíamos. Su sensualidad mediterránea estaba a medio camino entre Argelia y Alicante, con parada y fonda en las Antillas francesas. Venía de reponerse de otra historia de amor que no me contó, con buen criterio. Lo supe mucho después, por boca de otra persona. Y tuve celos retroactivos.

Jugamos a ser eso que hoy se llama pareja estable y fuimos enormemente felices y desgraciados. Catherine no consiguió extirpar mi parte frívola y malamente burguesa pero... hizo lo que pudo.

Catherine encarnaba la dignidad y la decencia. En medio de un Madrid cutre y garbancero, con olor a berza y a churros mal fritos, constituía la más codiciada presa para el nutrido club de los petimetres señoritos cazadores de gacelas de importación. Ella se mantuvo íntegra, en medio de tanto depredador de vía estrecha que campaba a sus anchas por la terrible estepa castellana. Con cuatro perras en el bolsillo, o sin ellas, a vueltas con el pago del alquiler y lo demás, y mal comiendo en restaurantes llamados económicos, con riesgo de contraer salmonelosis en la mesa o ladillas en el baño. Trabajando con jefes rijosos, mal pagada, sin contratos ni seguridad social, siempre bella, siempre elegante de espíritu y de maneras, Madrid perdió un gran fichaje el día en que, doctorado bajo el brazo, regresó a su tierra democrática y civilizada. A la dulce Francia. Dejó un buen estudio sobre la obra dramática de Lope de Rueda.

Gracias a los dioses, a principios de los años ochenta pude, cara a cara que no cuerpo a cuerpo, explicarle a Catherine lo hasta entonces inexplicado y arreglar el ayer. Eso es lo que trae el otoño. Buscas paz, serenidad y saldar cuentas contigo mismo, con tu pasado y con los seres que te han hecho tal y como eres. Iluminarte e iluminar, si puedes lo primero y te dejan lo segundo.